28 septiembre 2008

Esclavitudes y frivolidades - 3

"Muchas mujeres muestran una cierta insatisfacción al mirarse los labios vaginales y ver que uno es algo mayor que el otro, o que no les gusta su color, más rosado o más oscuro, influyendo esto en su autoestima (...) la insatisfacción con las dimensiones del pene se puede corregir con la cirugía de los genitales masculinos, la faloplastia, que comprende tanto el engrosamiento como el alargamiento de pene".

Mientras por estas latitudes estamos gravemente preocupados por temas como los descritos en los fragmentos citados (sacados de un folleto de propaganda de un centro de cirugía estética), el hambre, las diarreas y algunas enfermedades infecciosas siguen asolando amplias zonas de la Tierra, sembrándolas de cadáveres, cuando con inversiones relativamente moderadas (comparadas con las que una persona es capaz de destinar a "modelar" caprichosamente su apariencia), estas enfermedades asociadas a la miseria se podrían combatir con una elevada eficacia.

Pero este tipo de reflexiones se podrían iniciar a partir de cualquier otra noticia sobre cualquier otro hábito consumista: el recurso a la obsesión y el abuso de la cirugía estética es solo una excusa. Y decimos abuso porque en el caso de este tipo de cirugía naturalmente no nos referimos a las intervenciones que tienen como objetivo corregir graves malformaciones, ya sean de nacimiento o causadas por enfermedades o accidentes.

No obstante, incluso en estos casos, se podrían plantear reflexiones éticas acerca de cuales deben ser las prioridades sociales a la hora de invertir los limitados recursos sanitarios globales disponibles, si costosas intervenciones que benefician a unas pocas personas (no sólo las de cirugía estética), o políticas sanitarias destinadas a prevenir enfermedades y epidemias que afectan a poblaciones enteras, como por ejemplo, las derivadas de la falta de acceso al agua potable.

Pero esta ya sería otra historia, que quizás retomaremos en otra ocasión...

Esclavitudes y frivolidades - 2

En un mundo en el que las modificaciones quirúrgicas del propio cuerpo por motivos estéticos parecen tener cada vez menos límites, un mundo esclavizado por la imagen y gobernado por una publicidad intrusiva y omnipresente que convence de la necesidad y vende la posibilidad de modificar el propio cuerpo con la finalidad de adaptarlo a los cánones estéticos imperantes, cada vez son más las personas que sucumben a la tentación, que se sienten impelidas a pagar este peaje estético, médico y económico.

Uno de los argumentos esgrimidos para justificar esta decisión es la preservación de la salud emocional, considerándose que el hecho de no encajar con la dictadura estética imperante puede suponer un peaje psíquico muy costoso, incluso inasumible. Somos cada vez más frágiles, más manipulables, más temerosos. Menos libres.

Pero esta pérdida de libertad además tiene un "efecto colateral". Mientras en este mundo en el que vivimos los más privilegiados nos angustiamos por un perfil de nariz o de labios, y estamos dispuestos a correr riesgos sanitarios y a hacer considerables inversiones económicas para modificar nuestra apariencia, existe otro mundo en el que el dilema cotidiano es muy distinto. Por ejemplo, para no salir del ámbito de la cirugía, conseguir un modesto dispensario en el que sea factible realizar intervenciones de urgencia, como partos complejos o operaciones de apendicitis.

Todos tenemos derecho a hacer con nuestro cuerpo lo que queramos. Pero cuando condicionados por la publicidad y por la obsesión de la imagen ejercemos nuestra libertad, paradójicamente, para perderla, hay algo que no funciona. Que no funciona por partida doble, ya que perdiendo esta libertad, maximizando nuestras obsesiones, desaparece también de nuestro horizonte la opción de la solidaridad.

25 septiembre 2008

Esclavitudes y frivolidades

La señora Leticia Ortiz (de profesión princesa de España) se ha hecho la cirugía estética. Esclava, como tantas personas, de la dictadura de las modas, se lima la nariz para que coincida con "la nariz ideal" de la moda vigente. Es una pena que utilice su protagonismo para renegar de un perfil de nariz ni más ni menos hermoso que el nuevo, pero característico de amplias zonas geográficas del mundo, de tantas personas inmigrantes (y no inmigrantes) que viven entre nosotros.

¿Cuantas cosas hay que retocarse para cumplir con el canon de belleza dominante? Un canon de belleza obviamente subjetivo, ligado de hecho a criterios racistas. ¿La decisión de la señora Leticia Ortiz es una sutil invitación para que todas estas personas, de cara a su mejor integración, pasen por los quirófanos de los cirujanos plásticos?

Cada cual es libre de hacer con su cuerpo, si puede, lo que desee, pero es una lástima que esta señora, teniendo en cuenta su dimensión pública, utilice los presupuestos del Estado para estas cosas. Si ya no está nada claro que este invento de los reyes, los príncipes y las princesas, con sus empleos hereditarios y sus presuntas dignidades especiales sea compatible con los más elementales principios de los derechos humanos ("Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos..."), sólo falta que encima se comporten de forma tan frívola y torpe.