En los países occidentales la libertad religiosa no se ha conseguido gracias a la Iglesia, sino "contra la Iglesia" (o "contra las Iglesias", teniendo en cuenta las distintas ramas cristianas y su preponderancia en los distintos países).
En los países en los que no existe libertad religiosa (en algunos de los cuales los cristianos son perseguidos) si hubiera un sistema político como el imperante en España en la actualidad, las minorías religiosas (entre ellas las cristianas) no serían perseguidas.
A pesar de lo que todavía les queda por aprender, sólo los estados laicos pueden garantizar la verdadera libertad religiosa. Basada esta en tres puntos: a) garantizar la libertad religiosa con el único límite de no conculcar con el ejercicio de dicho derecho otros derechos constitucionales de otros ciudadanos; b) no favorecer ninguna religión en concreto, aspecto en relación al cual España todavía tiene importantes deberes pendientes; c) impedir el clericalismo, es decir, la interferencia del clero (de la religión que sea) en los asuntos políticos.
Cualquier otro discurso por parte de los distintos líderes religiosos apelando de forma estratégica a la libertad religiosa suele esconder siempre un único y mismo objetivo: conseguir la libertad religiosa "de la propia religión". Y en segunda instancia, una vez conseguida esta libertad, conseguir que su influencia dentro de la sociedad sea mayor que el de las otras religiones. No hay que engañarse: el objetivo final de las religiones, especialmente de las grandes religiones monoteístas (un objetivo inconfesable en situaciones históricas de debilidad), es siempre el mismo: la erradicación del estado laico y la instauración de "la propia teocracia".