Ante un hecho al que no se le encuentra explicación caben dos alternativas: reconocer la propia ignorancia o inventar una explicación (sin fundamento alguno, pero no obstante capaz de sosegarnos).
La evolución de la humanidad en gran medida es la evolución desde las explicaciones inventadas a las explicaciones razonadas, acompañada del aprendizaje de una forma de vivir capaz de asumir las limitaciones de los conocimientos alcanzados: se acepta que existe lo desconocido, lo ignorado. Y esto se asume como algo inevitable (mientras no se consiga hallarle una explicación racional), abandonando la tentación de inventar explicaciones tranquilizadoras.
La humanidad ha seguido estos caminos a lo largo de su evolución. También, dentro de su escala, los distintos colectivos. Y cada una de las personas, a lo largo de su breve existencia: desde el mundo mágico e irracional de la infancia al mundo necesitado de certezas demostrables de la edad adulta. Un mundo, el del adulto, en el que no obstante siempre persisten zonas de nieblas y de explicaciones fantasiosas: la magia y la irracionalidad nunca desaparecen del todo, y en algunas ocasiones casi ni menguan (las religiones, incluidas las laicas, son una buena muestra de ello, además de las devociones a los equipos deportivos locales, las múltiples supersticiones de todo tipo, etc.).
Al intentar consensuar los valores que se pretende que sirvan de marco para regular las relaciones entre las personas en una sociedad determinada, hay que tener en cuenta la influencia que ejercen cada una de estas dos tendencias, la razón y la fe (la reflexión y la magia). Y si, en las sociedades modernas se ha llegado a la conclusión de que las normas resultantes han de basarse en la razón (a diferencia de las sociedades teocráticas, ancladas en la fe), entonces, en momentos de tensión entre fe y razón, hay que defender a ultranza la preeminencia de la segunda. Porque, a pesar de los errores que en su nombre se puedan cometer, al subordinarse a la reflexión y a la demostración, estos errores siempre serán menores, y con más posibilidades de ser corregidos, que los derivados de sistemas irracionales de creencias.
La razón, con rigor y paciencia, conduce a la demostración, tiende a la confluencia, favorece el consenso. La fe, en la medida que es diversa y al mismo tiempo no es universal, sólo puede conducir a la confluencia y al consenso, en el mejor de los casos, por casualidad.
Una clara demostración de lo dicho es el proceso de redacción y aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Su gran artífice fue la razón, y uno de los mayores obstáculos que hubo que sortear fueron las distintas creencias implicadas, tanto las de carácter religioso como las laicas.
13 octubre 2008
09 octubre 2008
Finitud y derechos
Todo es efímero. Incluso la misma Tierra desaparecerá, de la misma forma que también desaparecerá el Sol, como todas las estrellas. Mucho antes, habrán desaparecido todos los animales y los vegetales de la Tierra. Y muchísimo antes, "dentro de un instante" teniendo en cuenta la vida de las galaxias, desaparecerán los seres humanos. Somos una azarosa e inestable amalgama de protones y neutrones, nuestra vida es extremadamente breve, somos insignificantes. ¿Por qué preocuparnos, entonces, por cosas como los derechos humanos?
Todo es efímero. Todo está condenado a desaparecer rápidamente. Cuando todo finalice, ¿qué importancia puede tener que la humanidad haya sufrido o gozado? ¿Que importancia tendrá lo que hayamos hecho nosotros? Nuestras decisiones son irrelevantes, dentro de la historia de dimensiones infinitas del universo. No obstante, durante este pequeño chispazo que es la vida de una persona, podemos huir del dolor, nos podemos procurar a nosotros mismos algunos placeres y gratificaciones: así, mientras existamos, al menos nos habremos dado algún gusto. Pero, ¿qué relación tiene esto con los derechos humanos, en el fondo tan irrelevantes como nosotros mismos?
Todo es efímero. Pero durante este pequeño instante que vivimos podemos ser los protagonistas de algunos milagros cotidianos: sentir empatía, celebrar la presencia ajena, gozar de su compañía y compartir el anhelo de una comunidad solidaria y pacífica. Sabiendo que es caduco, pero disfrutando mientras de estos prodigios. Con este proyecto, los derechos humanos son una buena ocurrencia, una herramienta útil.
Al elaborar un proyecto de vida, se puede optar por cualquiera de las tres opciones anteriores, basándose tanto en razones como en emociones. Y en todos los casos se puede justificar la opción escogida de forma coherente. Para ello, sólo hace falta fijar previamente los puntos de referencia que en cada caso adoptamos: de la misma forma que hemos emergido de la nada (o de esta gran explosión que dicen que inició el Universo), también han emergido de la nada las escalas de valores que los seres humanos hemos inventado.
Así que, quizás, cuando se opta por la tercera vía, con humildad se ha de asumir al mismo tiempo que, a pesar de las razones y las emociones que se puedan esgrimir, en última instancia la decisión se basa en un "porque sí".
Se basa en una decisión arbitraria: en un momento dado de la evolución aprendimos a soñar, y luego, gracias a esta capacidad adquirida, hemos podido soñar un mundo sin crueldad, sin opresión, sin odio... un mundo con ternura, fraternidad, bondad, alegría. Soñando este sueño nos hemos convertido en unos funambulistas, suspendidos de un precario equilibrio, poético y maravilloso, resultante de haber soñado un mundo mejor.
Todo es efímero. Todo está condenado a desaparecer rápidamente. Cuando todo finalice, ¿qué importancia puede tener que la humanidad haya sufrido o gozado? ¿Que importancia tendrá lo que hayamos hecho nosotros? Nuestras decisiones son irrelevantes, dentro de la historia de dimensiones infinitas del universo. No obstante, durante este pequeño chispazo que es la vida de una persona, podemos huir del dolor, nos podemos procurar a nosotros mismos algunos placeres y gratificaciones: así, mientras existamos, al menos nos habremos dado algún gusto. Pero, ¿qué relación tiene esto con los derechos humanos, en el fondo tan irrelevantes como nosotros mismos?
Todo es efímero. Pero durante este pequeño instante que vivimos podemos ser los protagonistas de algunos milagros cotidianos: sentir empatía, celebrar la presencia ajena, gozar de su compañía y compartir el anhelo de una comunidad solidaria y pacífica. Sabiendo que es caduco, pero disfrutando mientras de estos prodigios. Con este proyecto, los derechos humanos son una buena ocurrencia, una herramienta útil.
Al elaborar un proyecto de vida, se puede optar por cualquiera de las tres opciones anteriores, basándose tanto en razones como en emociones. Y en todos los casos se puede justificar la opción escogida de forma coherente. Para ello, sólo hace falta fijar previamente los puntos de referencia que en cada caso adoptamos: de la misma forma que hemos emergido de la nada (o de esta gran explosión que dicen que inició el Universo), también han emergido de la nada las escalas de valores que los seres humanos hemos inventado.
Así que, quizás, cuando se opta por la tercera vía, con humildad se ha de asumir al mismo tiempo que, a pesar de las razones y las emociones que se puedan esgrimir, en última instancia la decisión se basa en un "porque sí".
Se basa en una decisión arbitraria: en un momento dado de la evolución aprendimos a soñar, y luego, gracias a esta capacidad adquirida, hemos podido soñar un mundo sin crueldad, sin opresión, sin odio... un mundo con ternura, fraternidad, bondad, alegría. Soñando este sueño nos hemos convertido en unos funambulistas, suspendidos de un precario equilibrio, poético y maravilloso, resultante de haber soñado un mundo mejor.
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