22 junio 2010
17 junio 2010
Costumbres del pasado
Hay costumbres del pasado que nos parecen bárbaras, inhumanas. ¿Pero cómo juzgarán las próximas generaciones algunas de nuestras costumbres?
Por ejemplo, ¿cómo juzgarán las generaciones futuras "la costumbre" actual por la cual, existiendo ahora alimentos de sobras para toda la humanidad, millones de personas mueran de hambre? ¿Cómo juzgarán que se inviertan grandes recursos en el transporte de alimentos de un extremo al otro del mundo, alimentos en muchas ocasiones caprichosos, pero en cambio no se pueda garantizar el acceso a una dieta básica de supervivencia a los millones de seres humanos actualmente famélicos? ¿Cómo juzgarán nuestra pasividad, nuestra indiferencia, nuestra preferencia por la comodidad de nuestras vidas privilegiadas, rutinarias y sin sobresaltos, ajenas a la situación dramática de millones de personas no tan afortunadas? ¿Qué pensarán de nuestro cultivo de "la ignorancia activa" del mundo en el que vivimos? ¿Qué pensarán de nosotros, con nuestras despensas bien surtidas (y nuestras enfermedades "de ricos", algunas causadas precisamente por el consumo excesivo de alimentos), mientras otras personas sin el necesario poder adquisitivo tienen graves carencias, alimentarias, sanitarias y de todo tipo?
¿Nos juzgarán con dureza, afirmando que conociendo lo que ocurría éramos insolidarios y egoístas en grado extremo? ¿O nos disculparán, pensando que "era lo normal en aquellos tiempos"?
Por ejemplo, ¿cómo juzgarán las generaciones futuras "la costumbre" actual por la cual, existiendo ahora alimentos de sobras para toda la humanidad, millones de personas mueran de hambre? ¿Cómo juzgarán que se inviertan grandes recursos en el transporte de alimentos de un extremo al otro del mundo, alimentos en muchas ocasiones caprichosos, pero en cambio no se pueda garantizar el acceso a una dieta básica de supervivencia a los millones de seres humanos actualmente famélicos? ¿Cómo juzgarán nuestra pasividad, nuestra indiferencia, nuestra preferencia por la comodidad de nuestras vidas privilegiadas, rutinarias y sin sobresaltos, ajenas a la situación dramática de millones de personas no tan afortunadas? ¿Qué pensarán de nuestro cultivo de "la ignorancia activa" del mundo en el que vivimos? ¿Qué pensarán de nosotros, con nuestras despensas bien surtidas (y nuestras enfermedades "de ricos", algunas causadas precisamente por el consumo excesivo de alimentos), mientras otras personas sin el necesario poder adquisitivo tienen graves carencias, alimentarias, sanitarias y de todo tipo?
¿Nos juzgarán con dureza, afirmando que conociendo lo que ocurría éramos insolidarios y egoístas en grado extremo? ¿O nos disculparán, pensando que "era lo normal en aquellos tiempos"?
12 junio 2010
Elogio y peligro de la autoinvención
"A menos que cambiemos de rumbo, terminaremos en el lugar hacia el que nos dirigimos."
Proverbio chino.
Una roca, una bacteria, un primate, nosotros. Todos existimos. Las bacterias, los primates y nosotros además vivimos. Con los primates también compartimos la capacidad de gozar y de sufrir. Sólo nosotros podemos reflexionar sobre el placer y el dolor. Además de hacerlo, podemos intentar incidir sobre su presencia e intensidad en nuestras vidas, procurando potenciar el primero y minimizar el segundo (en esto nos volvemos a asemejar, en distinto grado, a los seres vivos con sistemas nerviosos evolucionados).
Huir del dolor es un impulso biológico. Reivindicar el derecho a no padecer las agresiones ajenas es una invención moral. Cuando trascendemos nuestros propios intereses e incluimos en la reivindicación al resto de las personas damos otro salto cualitativo, efectuamos otra invención moral. La ampliación puede ser parcial o absoluta: incluyendo sólo a los miembros de nuestra propia familia o clan, de la propia ciudad, comarca o nación, o abarcando a la humanidad entera. Incluso podemos incluir a los otros seres sensibles no humanos, igualmente capaces de padecer.
Todos los derechos son invenciones. Así como la idea de la libertad, la igualdad y la fraternidad. También sus opuestos, la idea de la sumisión, la desigualdad y la insolidaridad. Hitler y Gandhi fueron los dos inventores (o actualizadores) de invenciones morales.
A partir del momento evolutivo en que alcanzamos una estructura neuronal suficientemente compleja como para ser capaces de pensar, y luego capaces de pensar moralmente, nuestras vidas cobran un nuevo significado. Como especie y como individuos, nos toca escoger.
Proverbio chino.
Una roca, una bacteria, un primate, nosotros. Todos existimos. Las bacterias, los primates y nosotros además vivimos. Con los primates también compartimos la capacidad de gozar y de sufrir. Sólo nosotros podemos reflexionar sobre el placer y el dolor. Además de hacerlo, podemos intentar incidir sobre su presencia e intensidad en nuestras vidas, procurando potenciar el primero y minimizar el segundo (en esto nos volvemos a asemejar, en distinto grado, a los seres vivos con sistemas nerviosos evolucionados).
Huir del dolor es un impulso biológico. Reivindicar el derecho a no padecer las agresiones ajenas es una invención moral. Cuando trascendemos nuestros propios intereses e incluimos en la reivindicación al resto de las personas damos otro salto cualitativo, efectuamos otra invención moral. La ampliación puede ser parcial o absoluta: incluyendo sólo a los miembros de nuestra propia familia o clan, de la propia ciudad, comarca o nación, o abarcando a la humanidad entera. Incluso podemos incluir a los otros seres sensibles no humanos, igualmente capaces de padecer.
Todos los derechos son invenciones. Así como la idea de la libertad, la igualdad y la fraternidad. También sus opuestos, la idea de la sumisión, la desigualdad y la insolidaridad. Hitler y Gandhi fueron los dos inventores (o actualizadores) de invenciones morales.
A partir del momento evolutivo en que alcanzamos una estructura neuronal suficientemente compleja como para ser capaces de pensar, y luego capaces de pensar moralmente, nuestras vidas cobran un nuevo significado. Como especie y como individuos, nos toca escoger.
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