"A menos que cambiemos de rumbo, terminaremos en el lugar hacia el que nos dirigimos."
Proverbio chino.
Una roca, una bacteria, un primate, nosotros. Todos existimos. Las bacterias, los primates y nosotros además vivimos. Con los primates también compartimos la capacidad de gozar y de sufrir. Sólo nosotros podemos reflexionar sobre el placer y el dolor. Además de hacerlo, podemos intentar incidir sobre su presencia e intensidad en nuestras vidas, procurando potenciar el primero y minimizar el segundo (en esto nos volvemos a asemejar, en distinto grado, a los seres vivos con sistemas nerviosos evolucionados).
Huir del dolor es un impulso biológico. Reivindicar el derecho a no padecer las agresiones ajenas es una invención moral. Cuando trascendemos nuestros propios intereses e incluimos en la reivindicación al resto de las personas damos otro salto cualitativo, efectuamos otra invención moral. La ampliación puede ser parcial o absoluta: incluyendo sólo a los miembros de nuestra propia familia o clan, de la propia ciudad, comarca o nación, o abarcando a la humanidad entera. Incluso podemos incluir a los otros seres sensibles no humanos, igualmente capaces de padecer.
Todos los derechos son invenciones. Así como la idea de la libertad, la igualdad y la fraternidad. También sus opuestos, la idea de la sumisión, la desigualdad y la insolidaridad. Hitler y Gandhi fueron los dos inventores (o actualizadores) de invenciones morales.
A partir del momento evolutivo en que alcanzamos una estructura neuronal suficientemente compleja como para ser capaces de pensar, y luego capaces de pensar moralmente, nuestras vidas cobran un nuevo significado. Como especie y como individuos, nos toca escoger.