Mi vida privada es mía. Pero mi vida privada no es del todo mía, porque en ocasiones su gestión puede colisionar con otras vidas privadas o públicas.
Lo que yo hago en mi casa es parte de mi vida privada. Pero en mi casa no puede hacer siempre, o todo, lo que me de la gana. Por ejemplo, si vivo en un piso me afectaran las normas de la comunidad de vecinos, entre otras, las relativas a las horas de silencio nocturno.
Otro caso. Forma parte de mi vida privada la convivencia con mis hijos. Pero con mis hijos no puedo hacer lo que quiera (como un "pater familias" romano), sino lo que debo. ¿Y qué es lo que debo? Pues por ejemplo, lo que recogen las normas internacionales de derechos humanos que regulan los derechos de la infancia (concretamente y en primer lugar, la Convención Internacional de los Derechos de la Infancia).
Por no poder, no puedo ni reformar el interior del piso en el que vivo, aunque sea de mi propiedad. En "mi piso", el santuario de mi vida privada, sin la correspondiente autorización municipal y el pago de la tasa estipulada, sin el eventual visto bueno de la comunidad de vecinos (si es necesario), no puedo hacer según qué modificaciones.
Es decir, sobre mi vida privada inciden elementos externos como los mencionados (en realidad son bastantes más).
En un país democrático y subordinado a las normas internacionales sobre derechos humanos, las eventuales injerencias en mi vida privada, si se producen, tendrán una base razonable y serán de un alcance proporcionado. Claro, no es siempre así; hay sociedades ajenas a estas normas sobre derechos humanos en las que la vida privada está muy invadida, de manera arbitraria (o coherente con la falta de libertades existente), a causa del talante prepotente de sus dirigentes o de las creencias del conjunto de sus ciudadanos.
Un ejemplo: el de las antiguas dictaduras soviéticas, reflejado en la novela "1984", de George Orwell, en la que el derecho a la intimidad no existe. Otro relacionado con el anterior: las reacciones de algunos païses democráticos ante lo que consideraban "la amenaza soviética", desencadenado políticas represivas como la denominada "caza de brujas" contra las personas simpatizantes (o presuntamente simpatizantes) con el comunismo durante los años cincuenta del siglo XX en los Estados Unidos .
¿Y hoy? Hoy las agresiones siguen siendo numerosas y diversas. Por ejemplo: en según que países la vida privada de las personas pertenecientes a alguna minoría sexual no es respetada en absoluto, hasta el punto que la discriminación, la coacción, los malos tratos, los asesinatos y la pena de muerte pueden ser el horizonte inmediato de las personas homosexuales, lesbianas, transexuales, intersexuales, etc. en dichos países. Incluso si limitan sus comportamientos "discordantes de la mayoría" a la más estricta intimidad.
En las sociedades fundamentalistas islámicas, a este colectivo hay que añadirle todas las mujeres, por el simple hecho de serlo. En los casos extremos expuestas a los horribles "crímenes de honor", perpetrados por sus mismos familiares y aprobados por las sociedades en las que viven. O el caso de las niñas expuestas a la mutilación genital, en aquellas culturas que siguen practicando esta bárbara costumbre.
En estos casos, también debería existir un "derecho de injerencia", pero protector, por parte de una instancia superior. Un derecho de injerencia en la vida privada de aquellas personas y familias que son capaces de llevar a cabo conductas tan brutales contra alguno de sus familiares. Para evitar estas conductas: estas torturas, estas amputaciones, estos crímenes.
Es un asunto complicado, el de la vida privada: sus límites, la potestad o la necesidad de injerencia externa, etc. O no, quizás es más sencillo, y lo que hace falta es tener siempre presentes y como referentes fundamentales los principios sobre derechos humanos de las Naciones Unidas, poniendo una especial atención a los casos de las personas en situación de mayor riesgo. Quizás lo único que falta es verdadera determinación y valentía.
02 noviembre 2012
01 noviembre 2012
¿Libertad de expresión ilimitada?
Todo lo que puedo pensar no lo puedo decir. Todo lo que puedo decir no lo puedo decir en todas partes. ¿Estas limitaciones son un atentado a la libertad de expresión? Pues depende. Las relaciones sociales están reguladas por múltiples normas, y todas las normas están sujetas a matices. Sin normas es imposible la convivencia. Sin matices es muy complicada.
Pensar, puedo pensar lo que quiera, incluso me puedo pensar como autor de los comportamientos más abyectos, las actitudes más antisociales, los crímenes más terribles. Si lo hago, alimentaré mis potencialidades negativas, pero mientras esta "acción mental" discurra exclusivamente dentro de la clausura de mi mente, es de competencia exclusiva mía, no tiene trascendencia social, y por lo tanto a nadie más le incumbe.
En cambio, verbalizar el pensamiento, hablar, es una forma de actuar. Y de la misma forma que nuestra libertad de actuación está limitada por leyes y normas, nuestra libertad de expresión también. Porque aunque parezca una paradoja, sin límites a la libertad de expresión no es sostenible la libertad de expresión, ya que determinados excesos hacen poco viable su uso generalizado.
El dilema está en los matices, en la concreción de los límites... Matices y límites: la apología del racismo, de la homofobia, de la misoginia, de las limpiezas étnicas, de la tortura, suele estar prohibida. Y penada. No siempre ni en todas partes (siempre hay excepciones lamentables), pero sí en los países de raíces democráticas y voluntad de consolidarlas. Sin estos límites a la libertad de expresión, es difícil imaginar una vida en común viable.
¿Son estos, u otros parecidos, los únicos límites posibles? No, los regímenes dictatoriales los establecen de otro tipo, por ejemplo prohibiendo cualquier discrepancia política. Y las teocracias lo que prohíben son las discrepancias religiosas (y de paso, a menudo, de forma generalizada los derechos de las mujeres). De modo que, efectivamente, la regulación de la libertad de expresión se puede enfocar desde distintas perspectivas. De momento, lo que sabemos es que hay modelos que lo que persiguen es fomentar la igualdad, la libertad y la dignidad de todas las personas, y otros, en cambio, que precisamente estan orientados a la negación de estos principios, que lo que haces es agredirlos.
¿Los límites bienintencionados (en ocasiones refrendados por las mismas Naciones Unidas) no entrañan riesgos? Sí, porque en ocasiones entre el uso i el abuso el terreno es difuso. De modo que, incluso en el marco más favorable de las mejores intenciones, siempre hay que estar vigilante. No sea que, en nombre de la libertad, la igualdad y la dignidad, nos roben la libertad, la igualdad y la dignidad. No hay recetas magistrales, sólo la atención permanente y la permanente impugnación, cuando sea necesario, de las decisiones de los gobernantes, cuando estas no concuerden con los principios democráticos que se han comprometido a defender y promover (si ni tan siquiera han adquirido estos compromisos, lo obligado es apartarlos del poder, o al menos intentarlo...).
Pensar, puedo pensar lo que quiera, incluso me puedo pensar como autor de los comportamientos más abyectos, las actitudes más antisociales, los crímenes más terribles. Si lo hago, alimentaré mis potencialidades negativas, pero mientras esta "acción mental" discurra exclusivamente dentro de la clausura de mi mente, es de competencia exclusiva mía, no tiene trascendencia social, y por lo tanto a nadie más le incumbe.
En cambio, verbalizar el pensamiento, hablar, es una forma de actuar. Y de la misma forma que nuestra libertad de actuación está limitada por leyes y normas, nuestra libertad de expresión también. Porque aunque parezca una paradoja, sin límites a la libertad de expresión no es sostenible la libertad de expresión, ya que determinados excesos hacen poco viable su uso generalizado.
El dilema está en los matices, en la concreción de los límites... Matices y límites: la apología del racismo, de la homofobia, de la misoginia, de las limpiezas étnicas, de la tortura, suele estar prohibida. Y penada. No siempre ni en todas partes (siempre hay excepciones lamentables), pero sí en los países de raíces democráticas y voluntad de consolidarlas. Sin estos límites a la libertad de expresión, es difícil imaginar una vida en común viable.
¿Son estos, u otros parecidos, los únicos límites posibles? No, los regímenes dictatoriales los establecen de otro tipo, por ejemplo prohibiendo cualquier discrepancia política. Y las teocracias lo que prohíben son las discrepancias religiosas (y de paso, a menudo, de forma generalizada los derechos de las mujeres). De modo que, efectivamente, la regulación de la libertad de expresión se puede enfocar desde distintas perspectivas. De momento, lo que sabemos es que hay modelos que lo que persiguen es fomentar la igualdad, la libertad y la dignidad de todas las personas, y otros, en cambio, que precisamente estan orientados a la negación de estos principios, que lo que haces es agredirlos.
¿Los límites bienintencionados (en ocasiones refrendados por las mismas Naciones Unidas) no entrañan riesgos? Sí, porque en ocasiones entre el uso i el abuso el terreno es difuso. De modo que, incluso en el marco más favorable de las mejores intenciones, siempre hay que estar vigilante. No sea que, en nombre de la libertad, la igualdad y la dignidad, nos roben la libertad, la igualdad y la dignidad. No hay recetas magistrales, sólo la atención permanente y la permanente impugnación, cuando sea necesario, de las decisiones de los gobernantes, cuando estas no concuerden con los principios democráticos que se han comprometido a defender y promover (si ni tan siquiera han adquirido estos compromisos, lo obligado es apartarlos del poder, o al menos intentarlo...).
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