Supongamos que gracias a unos nuevos medicamentos combinados con un complicado tratamiento realizado con unos sofisticados y modernos aparatos médicos una enfermedad que hasta hace poco era incurable ya no lo es. El único inconveniente es que el coste del tratamiento es desorbitado, y sólo se lo pueden permitir algunos privilegiados.
Nadie discute el derecho a la salud, pero es más difícil consensuar el alcance de este derecho. ¿Implica que cualquier persona, con independencia de sus recursos, y de los recursos del país en el que viva, si padece una enfermedad como la que hemos mencionado debería poder acceder al sofisticado y nuevo tratamiento que puede curarla?
Bien, quizás debería... pero es obvio que, sobre todo si es una persona pobre, y encima vive en un país pobre, no va a poder acceder a él. De hecho, según donde viva, no va poder acceder ni a un antiséptico, si lo precisa para desinfectar una herida, o a una aspirina si le duele la cabeza. No va a poder acceder a nada, tendrá que conformarse con la resignación y la paciencia.
Entre la nada, la aspirina y el multimillonario tratamiento, ¿hay algún nivel de atención médica que se pueda consensuar que es un derecho universal, de todos los seres humanos? Y en caso afirmativo, ¿se debería asumir que garantizarlo es un deber de la comunidad internacional? Y si es así, ¿cuál seria este nivel? ¿Sólo debería incluir las aspirinas y los antisépticos? ¿Quizás también los antibióticos? ¿Sólo los genéricos o también los nuevos antibióticos, si son más efectivos? ¿Y las pruebas para detectar la tuberculosis? ¿Y los medicamentos para tratarla? ¿Y el sida? ¿Y las enfermedades mentales? ¿Y...?
Otro aspecto del asunto es que con la inversión necesaria para ofrecer sofisticados y caros tratamientos sólo accesibles para una restringida minoría de personas se podría solucionar problemas sanitarios mucho más elementales y básicos que afectan no a una minoría, sino a poblaciones enteras. Por ejemplo, el acceso generalizado al agua potable: actualmente, miles de personas, a causa de la contaminación bacteriana o de otro tipo del agua que consumen, enferman fácilmente y, en ocasiones, también mueren fácilmente. A veces, a causa de una vulgar diarrea que no se ha podido atajar por culpa de no poder disponer de un medicamento tan elemental (y barato) como un antidiarreico.
Y como la sanidad, todo. Mientras unos tienen un ordenador para estudiar (o uno tras otro), otros sólo tienen un lápiz y una libreta, o ni un lápiz y ni una libreta. Mientras unos van a la escuela, otros van a la fábrica, al campo o a la mina. Mientras unos viajan por placer en coches confortables, otros lo hacen en alpargatas, buscando formas de subsistir. Mientras unos comen tres veces al día, otros ayuna muchos días, y no para adelgazar, sino a su pesar. Mientras unos mueren a causa del exceso de comida, otros mueren de desnutrición... En fin, que mientras unos tienen derechos y los pueden ejercer, (incluso en contra de su propia salud), otros "sólo los tienen"... Y cuando reclaman poderlos ejercer, en general no se les escucha.
¿Cómo digerimos estas desigualdades? ¿Son sólo desigualdades, o también inmoralidades? ¿Qué hacemos con ellas? ¿Cómo dormimos con ellas?
10 mayo 2013
06 mayo 2013
Todos se mueven
Todos se mueven: los ricos viajan y los pobre emigran. Los ricos van a donde quieren, los pobres, a ningún sitio, o a donde no tienen más remedio, acuciados por la necesidad.
Los ricos se quedan donde quieren, los pobres a veces no, los echan de donde viven, y entonces viven a la deriva, deambulando, o hacinados en arrabales, condenados por su indefensión y su pobreza.
Y cuando los pobres que no tienen intención de viajar deciden viajar para no perecer en el lugar donde están, cuando llegan a las fronteras extranjeras las encuentran cerradas para ellos.
La libertad de circulación sólo existe para que los ricos vayan a donde les apetezca y para que los pobres se vayan de donde no les quieren. Y no es gracias a la libertad de circulación, sino a pesar de su falta, que los pobres en ocasiones se van de donde malviven, a causa de que todo lo que tienen es sólo su miseria. Cansados de compartirla con sus vecinos, sueñan con alguna oportunidad en algún otro lugar.
Todos los países aceptan inmigrantes cuando los necesitan, y los rechazan cuando sólo son ellos, los inmigrantes, quienes lo necesitan. Y así los pobres se mantienen pobres, viajando cuando son útiles, y siendo rechazados cuando son un estorbo. Y los ricos se mantienen ricos, viajando cuando les apetece, viviendo donde les apetece, utilizando a los pobres cuando les apetece.
En un mundo globalizado para las mercancías (las camisas, los zapatos, las televisiones, los plátanos) los pobres son productos de mercado y los ricos los mercaderes. Y cuando hay sobreproducción de pobres disminuye todavía más su valor: menguan sus salarios y sus derechos y, "los que sobran", se pudren almacenados en los almacenes de la pobreza, en los subpaíses de la miseria del tercer y cuarto mundo, sin derecho a la libre circulación para intentar salir de su condición de pobres en algún otro lugar no tan adverso como el que están.
Los ricos se quedan donde quieren, los pobres a veces no, los echan de donde viven, y entonces viven a la deriva, deambulando, o hacinados en arrabales, condenados por su indefensión y su pobreza.
Y cuando los pobres que no tienen intención de viajar deciden viajar para no perecer en el lugar donde están, cuando llegan a las fronteras extranjeras las encuentran cerradas para ellos.
La libertad de circulación sólo existe para que los ricos vayan a donde les apetezca y para que los pobres se vayan de donde no les quieren. Y no es gracias a la libertad de circulación, sino a pesar de su falta, que los pobres en ocasiones se van de donde malviven, a causa de que todo lo que tienen es sólo su miseria. Cansados de compartirla con sus vecinos, sueñan con alguna oportunidad en algún otro lugar.
Todos los países aceptan inmigrantes cuando los necesitan, y los rechazan cuando sólo son ellos, los inmigrantes, quienes lo necesitan. Y así los pobres se mantienen pobres, viajando cuando son útiles, y siendo rechazados cuando son un estorbo. Y los ricos se mantienen ricos, viajando cuando les apetece, viviendo donde les apetece, utilizando a los pobres cuando les apetece.
En un mundo globalizado para las mercancías (las camisas, los zapatos, las televisiones, los plátanos) los pobres son productos de mercado y los ricos los mercaderes. Y cuando hay sobreproducción de pobres disminuye todavía más su valor: menguan sus salarios y sus derechos y, "los que sobran", se pudren almacenados en los almacenes de la pobreza, en los subpaíses de la miseria del tercer y cuarto mundo, sin derecho a la libre circulación para intentar salir de su condición de pobres en algún otro lugar no tan adverso como el que están.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)