Existimos. A partir de aquí cada cual interpreta un papel: pescador, fontanero, ingeniera, modisto, madre, padre, asesino, cura, traficante, fugitivo, charcutera, oficinista, tramoyista, acomodador, sinvergüenza, anacoreta...
Cada cual elige un papel o asume el que le han elegido, aquel que alguna casualidad o algún cataclismo geológico, atmosférico, político, familiar o laboral (o vete a saber de qué tipo) le ha adjudicado.
Esto ocurre a menudo, que elegimos poco: nuestra libertad es tan minúscula como nuestra existencia. En definitiva, parecida, por ejemplo, a la de una hormiga, o de un ratón, o de un gorrión.
Pero como ser tan poquita cosa es un poco humillante y decepcionante, nos inventamos relatos más ambiciosos, mejor decorados, y acompañados de presuntas libertades. Y así, entre espejismos y fantasías, disfrazados de actores que se creen sus papeles, nos es más fácil transitar el camino de la vida.
En fin, no nos lo hemos de reprochar. Porque sin un mínimo de autoengaño, el breve tiempo de existir se nos haría muy pesado.