Si el resultado del curso de la historia es algún tipo de avance moral y social, las instituciones que en la actualidad promueven en alguna medida, de forma sutil o manifiesta, actitudes homófobas o misóginas, algún dia deberán pedir perdón por sus errores y atropellos históricos.
No hay nada que más tema la autoridad, del tipo que sea, que la libertad de sus tutelados o subordinados. De entre todas las autoridades, la libertad que más temen las autoridades religiosas es la libertad sexual, por lo que hacen todo lo posible para someterla, de forma prioritaria y obsesiva en el caso de las mujeres. Sin olvidarse claro está de las personas homosexuales, a las que siempre han tenido también en su punto de mira a causa de sus "tendencias y comportamientos pervertidos".
Para ello cuentan con la fuerza de la coacción y con la fuerza de la educación (tan parecidas en ocasiones), de probada eficacia a lo largo de los siglos. Ante esta realidad, no es prudente limitarse a armarse de paciencia, hay que armarse también de valor y determinación e intentar reducir su influencia en todos los ámbitos posibles. En primer lugar, en el ámbito educativo, y de forma especial durante la escolarización obligatoria. Hay que adoptar esta actitud activa tanto por una cuestión de supervivencia como de decencia ética.
Que el mundo sea de una forma u otra depende, en gran medida, de nosotros. Depende de la actitud que adoptemos ante todo lo que nos rodea, de los compromisos que asumamos, de nuestras decisiones diarias. Depende de la aprobación, la pasividad o la activa oposición que adoptemos cuando aquellos que detentan algún tipo de poder intenten utilizarlo para recortar la libertad de algunas personas, negar su igualdad de derechos o cuestionar su dignidad.