"(...) las invisibles emigrantes, que nos permiten a las europeas ser a la vez madres, amantes, hijas y trabajadoras. Somos todo eso porque ellas nos suplen cuando no llegamos. Sin ellas no podríamos ni ir al cine. (...) No lo reconocemos, pero hemos construido nuestra libertad sobre su esclavitud, como sucedía en la Grecia clásica. Las explotamos. Las mujeres europeas nos hemos liberado explotando a otras mujeres, las emigrantes, pagándoles sueldos por debajo del salario mínimo, sin darlas de alta en la Seguridad Social, dejándolas sin papeles aunque trabajen. (...) Tenemos que reflexionar sobre esto, porque está muy bien liberarse, pero no es ético hacerlo a costa de ellas."
Ángeles Caso. "Las mujeres europeas nos hemos liberado explotando a las emigrantes", La Vanguardia, 17-10-2009
17 octubre 2009
10 octubre 2009
Modelos sociales (comercio de sangre)
¿La gente tiene derecho a hacer con su cuerpo lo que quiera? ¿Se le puede impedir que comercie con él, por ejemplo en el caso de la prostitución, o en el de la venta de órganos o de sangre?
Existen muchos países donde la venta de sangre es una práctica habitual. En otros está prohibida.
Las razones prohibicionistas son de distintos tipos. Por un lado, se argumenta que la venta de sangre es una forma moderna de esclavitud que afecta a los sectores más desprotegidos de la sociedad: personas que en ocasiones recurren a venderse "parte de si mismas" para poder sobrevivir. Es por lo tanto un argumento encaminado a proteger los derechos de los más desfavorecidos, a los que al mismo tiempo la sociedad, claro está, debe ser capaz de ofrecer otras alternativas de supervivencia.
Otro aspecto de este comercio es el de los peligros sanitarios que comporta, ya que las personas que venden su sangre a menudo se encuentran en graves situaciones de exclusión y con eventuales enfermedades contagiables a través de la sangre y, preocupadas sólo por conseguir dinero, pueden intentar ocultar su estado de salud, poniendo así en peligro la salud de los receptores (en el caso de que los análisis que se hagan antes de la utilización de la sangre no sigan un protocolo suficientemente exhaustivo o se cometa algún error durante su realización).
Luego está el argumento de la difícil compatibilidad de la posibilidad de vender sangre con el fomento de las donaciones desinteresadas. Una sociedad en la que ambas opciones son posibles tiene muchas dificultades para convencer a la población para que done su sangre desinteresadamente. Además, la venta de sangre va acompañada de la de la discriminación de los receptores: en un sistema con donantes retribuidos la sangre vendida se canaliza hacia quién la puede pagar, la sanidad privada y los aspirantes a receptores con capacidad económica, algo que, obviamente, todavía desincentiva más las donaciones desinteresadas (y que repercute en la sangre disponible y la operatividad del sistema sanitario de una sociedad).
Los distintos argumentos que justifican la prohibición del comercio de sangre son de un marcado carácter social y práctico. Pretenden tanto poner coto a los privilegios de los sectores más pudientes, capaces de pagar para poder tener sangre ajena de forma privilegiada en caso de necesitarla (la prohibición de vender sangre va acompañada de la prohibición de pagar por ella), como garantizar que, en caso de necesidad, cualquier persona, sin discriminaciónes a causa de sus recursos económicos, pueda beneficiarse de la sangre disponible en los bancos de sangre, tomándose las decisiones de las transfusiones y sus prioridades según estrictos criterios médicos.
De hecho, a nadie le debería extrañar que se regule (se condicione, limite o prohiba totalmente) el comercio de sangre. Las legislaciones nacionales e internacionales sobre los distintos tipos de comercios están llenas de leyes y normas que regulan, limitan o prohiben (en determinadas circunstancias o de forma absoluta) el comercio de determinadas materias.
Volvamos a las preguntas iniciales. ¿La gente tiene derecho a hacer con su cuerpo lo que quiera? ¿Se le puede impedir que comercie con él, como por ejemplo en el caso de la prostitución, o en el de la venta de sangre?
En el caso de la venta de sangre, hasta el momento no todas las sociedades han adoptado la misma decisión. Pero a la vista de los argumentos prohibicionistas, parece difícil rebatir que responden a un modelo de sociedad más igualitario y justo, en el que es más fácil que se de un mayor grado de respeto de los derechos humanos.
Existen muchos países donde la venta de sangre es una práctica habitual. En otros está prohibida.
Las razones prohibicionistas son de distintos tipos. Por un lado, se argumenta que la venta de sangre es una forma moderna de esclavitud que afecta a los sectores más desprotegidos de la sociedad: personas que en ocasiones recurren a venderse "parte de si mismas" para poder sobrevivir. Es por lo tanto un argumento encaminado a proteger los derechos de los más desfavorecidos, a los que al mismo tiempo la sociedad, claro está, debe ser capaz de ofrecer otras alternativas de supervivencia.
Otro aspecto de este comercio es el de los peligros sanitarios que comporta, ya que las personas que venden su sangre a menudo se encuentran en graves situaciones de exclusión y con eventuales enfermedades contagiables a través de la sangre y, preocupadas sólo por conseguir dinero, pueden intentar ocultar su estado de salud, poniendo así en peligro la salud de los receptores (en el caso de que los análisis que se hagan antes de la utilización de la sangre no sigan un protocolo suficientemente exhaustivo o se cometa algún error durante su realización).
Luego está el argumento de la difícil compatibilidad de la posibilidad de vender sangre con el fomento de las donaciones desinteresadas. Una sociedad en la que ambas opciones son posibles tiene muchas dificultades para convencer a la población para que done su sangre desinteresadamente. Además, la venta de sangre va acompañada de la de la discriminación de los receptores: en un sistema con donantes retribuidos la sangre vendida se canaliza hacia quién la puede pagar, la sanidad privada y los aspirantes a receptores con capacidad económica, algo que, obviamente, todavía desincentiva más las donaciones desinteresadas (y que repercute en la sangre disponible y la operatividad del sistema sanitario de una sociedad).
Los distintos argumentos que justifican la prohibición del comercio de sangre son de un marcado carácter social y práctico. Pretenden tanto poner coto a los privilegios de los sectores más pudientes, capaces de pagar para poder tener sangre ajena de forma privilegiada en caso de necesitarla (la prohibición de vender sangre va acompañada de la prohibición de pagar por ella), como garantizar que, en caso de necesidad, cualquier persona, sin discriminaciónes a causa de sus recursos económicos, pueda beneficiarse de la sangre disponible en los bancos de sangre, tomándose las decisiones de las transfusiones y sus prioridades según estrictos criterios médicos.
De hecho, a nadie le debería extrañar que se regule (se condicione, limite o prohiba totalmente) el comercio de sangre. Las legislaciones nacionales e internacionales sobre los distintos tipos de comercios están llenas de leyes y normas que regulan, limitan o prohiben (en determinadas circunstancias o de forma absoluta) el comercio de determinadas materias.
Volvamos a las preguntas iniciales. ¿La gente tiene derecho a hacer con su cuerpo lo que quiera? ¿Se le puede impedir que comercie con él, como por ejemplo en el caso de la prostitución, o en el de la venta de sangre?
En el caso de la venta de sangre, hasta el momento no todas las sociedades han adoptado la misma decisión. Pero a la vista de los argumentos prohibicionistas, parece difícil rebatir que responden a un modelo de sociedad más igualitario y justo, en el que es más fácil que se de un mayor grado de respeto de los derechos humanos.
04 octubre 2009
Citas - E. Punset (diversidad cultural)
"Desde el espacio no se ven las fronteras que separan a unos países de otros. Lo de la diversidad cultural es un cuento. La cultura, como la ciencia, es universal."
Eduardo Punset. El Periódico, 28-7-2009
Eduardo Punset. El Periódico, 28-7-2009
02 octubre 2009
La emancipación de la mujer - 2
Maripaz Vega y Eva Florencia son dos mujeres que afirman sentir una gran pasión por los toros y tener vocación de toreras (1). Pero encuentran muchas dificultades para introducirse en el mundo del toreo, una actividad tradicionalmente reservada a los hombres. Maripaz Vega y Eva Florencia dicen que se sienten discriminadas por las dificultades que encuentran para torear.
Si estas dos mujeres consiguen sensibilizar a la opinión pública sobre la discriminación que sufren, y son capaces de generar una corriente de simpatías y adhesiones, quizás algún día, ante las plazas de toros, veremos manifestaciones eventualmente multitudinarias (de mujeres y hombres, ellos solidarios con ellas), reivindicando el derecho de las mujeres a torear en igualdad de condiciones que los hombres.
Si esto ocurriera, sería probable que compartieran la calle con otras manifestaciones paralelas, también de mujeres y hombres, que reivindicarían (seguirían reivindicando, en algunas ciudades hace años que lo hacen, hasta el momento con pocos resultados), la erradicación de las corridas de toros. Es decir, reivindicando la anulación del derecho que se otorga a los hombres toreros a torturar hasta la muerte un toro.
¿Cuál sería la actitud que debería adoptar una persona (hombre o mujer) comprometida con la reivindicación de la emancipación y los derechos de las mujeres en una situación de este tipo? ¿Es muy aventurado afirmar que el compromiso prioritario de cualquier hombre o mujer debería ser con la empatía y la compasión hacia el sufrimiento ajeno?
Todo lo humano es opinable. Los mayores crímenes de la historia siempre han tenido el apoyo de sus respectivos ideólogos: en la Alemania hitleriana, la URSS de Stalin, la Camboya de Pol Pot, las dictaduras española, sudamericanas o de cualquier continente... Sí, todo es opinable, pero parece que es una opción más culta, más progresista, civilizada, afirmar que ningún hombre o mujer puede reclamar ningún presunto derecho si su posesión y ejercicio implica violar la dignidad de otras personas.
Ampliando el alcance de este elemental principio, parece que sería bastante coherente que, como seres sensibles que somos, nos tendríamos que negar el presunto derecho a torturar a cualquier otro ser sensible. Es decir, en el caso de Maripaz Vega y Eva Florencia, en lugar de intentar equipararse a los hombres toreros-torturadores, en lugar de sentirse frustradas por la discriminación que padecen, deberían esforzarse por cultivar otra pasión y enfocar sus aspiraciones profesionales en otras direcciones. Seguro que si intentan ser profesoras universitarias, juezas o políticas (o lampistas, taxistas, acordeonistas...), si sufren discriminaciones sus quejas y reivindicaciones serán mucho mejor comprendidas y compartidas.
Si estas dos mujeres consiguen sensibilizar a la opinión pública sobre la discriminación que sufren, y son capaces de generar una corriente de simpatías y adhesiones, quizás algún día, ante las plazas de toros, veremos manifestaciones eventualmente multitudinarias (de mujeres y hombres, ellos solidarios con ellas), reivindicando el derecho de las mujeres a torear en igualdad de condiciones que los hombres.
Si esto ocurriera, sería probable que compartieran la calle con otras manifestaciones paralelas, también de mujeres y hombres, que reivindicarían (seguirían reivindicando, en algunas ciudades hace años que lo hacen, hasta el momento con pocos resultados), la erradicación de las corridas de toros. Es decir, reivindicando la anulación del derecho que se otorga a los hombres toreros a torturar hasta la muerte un toro.
¿Cuál sería la actitud que debería adoptar una persona (hombre o mujer) comprometida con la reivindicación de la emancipación y los derechos de las mujeres en una situación de este tipo? ¿Es muy aventurado afirmar que el compromiso prioritario de cualquier hombre o mujer debería ser con la empatía y la compasión hacia el sufrimiento ajeno?
Todo lo humano es opinable. Los mayores crímenes de la historia siempre han tenido el apoyo de sus respectivos ideólogos: en la Alemania hitleriana, la URSS de Stalin, la Camboya de Pol Pot, las dictaduras española, sudamericanas o de cualquier continente... Sí, todo es opinable, pero parece que es una opción más culta, más progresista, civilizada, afirmar que ningún hombre o mujer puede reclamar ningún presunto derecho si su posesión y ejercicio implica violar la dignidad de otras personas.
Ampliando el alcance de este elemental principio, parece que sería bastante coherente que, como seres sensibles que somos, nos tendríamos que negar el presunto derecho a torturar a cualquier otro ser sensible. Es decir, en el caso de Maripaz Vega y Eva Florencia, en lugar de intentar equipararse a los hombres toreros-torturadores, en lugar de sentirse frustradas por la discriminación que padecen, deberían esforzarse por cultivar otra pasión y enfocar sus aspiraciones profesionales en otras direcciones. Seguro que si intentan ser profesoras universitarias, juezas o políticas (o lampistas, taxistas, acordeonistas...), si sufren discriminaciones sus quejas y reivindicaciones serán mucho mejor comprendidas y compartidas.
01 octubre 2009
La emancipación de la mujer
La lucha por la emancipación de la mujer ha sido y es ardua, cansada y a menudo frustrante. Larga y, por descontado, inacabada: incluso en las sociedades más avanzadas y más igualitarias las mujeres todavía tienen reivindicaciones pendientes. Por no hablar de las sociedades en las que hoy en día las mujeres todavía viven completamente oprimidas, sin que les sean reconocidos ni respetados los más elementales derechos.
A la lucha de la emancipación de la mujer le queda todavía mucho trecho por recorrer. Y algunas ideas por depurar, como la de que cualquier derecho que se le reconozca a un hombre también se le ha de reconocer a una mujer. Una idea aparentemente sensata pero al mismo tiempo peligrosa.
Por ejemplo. En una sociedad esclavista (en la que la práctica de la esclavitud estuviera regulada legalmente), ¿las mujeres deberían aspirar a poder ser ellas también traficantes y propietarias de esclavos, en el caso de que este dudoso derecho sólo se les reconociera a los hombres? Otro ejemplo: en una sociedad colonial que reconociera el derecho de conquista, en la que los hombres invadieran territorios, sometieran a sus habitantes y usurparan sus riquezas, ¿las mujeres también deberían reivindicar el derecho a ser conquistadoras, genocidas, esclavizadoras y usurpadoras de riquezas ajenas? (si parece desmesurado el ejemplo, piénsese en la presencia de las mujeres en el ejército de los EE.UU. y la actuación, entre otras, de este país en Irak).
¿Es legítimo reivindicar este tipo de igualdad? En ocasiones, oyendo hablar a algunas mujeres (no necesariamente de temas tan extremos), parece que sí. Parece que defiendan el principio de que, si hay hombres que se comportan con estulticia, soberbia, despreciativamente, con violencia y prepotencia, es legítimo reivindicar el derecho a igualarse a ellos también en estos aspectos.
Pero sólo libera y emancipa de verdad lo que expande las capacidades creadoras vinculadas a los valores propios de los derechos humanos. Aquello que permite que se expanda lo mejor de cada uno o una, la capacidad de empatía, de solidaridad, lo que permite que se afiance una sociedad y un mundo en el que los derechos humanos de todas las personas sean respetados. Y los presuntos derechos contrarios a la dignidad de las personas que algunas sociedades otorgan a los hombres no hay que reivindicarlos para las mujeres esgrimiendo el principio de la igualdad, sino, esgrimiendo el mismo principio, negárselo de forma rotunda a los hombres.
A la lucha de la emancipación de la mujer le queda todavía mucho trecho por recorrer. Y algunas ideas por depurar, como la de que cualquier derecho que se le reconozca a un hombre también se le ha de reconocer a una mujer. Una idea aparentemente sensata pero al mismo tiempo peligrosa.
Por ejemplo. En una sociedad esclavista (en la que la práctica de la esclavitud estuviera regulada legalmente), ¿las mujeres deberían aspirar a poder ser ellas también traficantes y propietarias de esclavos, en el caso de que este dudoso derecho sólo se les reconociera a los hombres? Otro ejemplo: en una sociedad colonial que reconociera el derecho de conquista, en la que los hombres invadieran territorios, sometieran a sus habitantes y usurparan sus riquezas, ¿las mujeres también deberían reivindicar el derecho a ser conquistadoras, genocidas, esclavizadoras y usurpadoras de riquezas ajenas? (si parece desmesurado el ejemplo, piénsese en la presencia de las mujeres en el ejército de los EE.UU. y la actuación, entre otras, de este país en Irak).
¿Es legítimo reivindicar este tipo de igualdad? En ocasiones, oyendo hablar a algunas mujeres (no necesariamente de temas tan extremos), parece que sí. Parece que defiendan el principio de que, si hay hombres que se comportan con estulticia, soberbia, despreciativamente, con violencia y prepotencia, es legítimo reivindicar el derecho a igualarse a ellos también en estos aspectos.
Pero sólo libera y emancipa de verdad lo que expande las capacidades creadoras vinculadas a los valores propios de los derechos humanos. Aquello que permite que se expanda lo mejor de cada uno o una, la capacidad de empatía, de solidaridad, lo que permite que se afiance una sociedad y un mundo en el que los derechos humanos de todas las personas sean respetados. Y los presuntos derechos contrarios a la dignidad de las personas que algunas sociedades otorgan a los hombres no hay que reivindicarlos para las mujeres esgrimiendo el principio de la igualdad, sino, esgrimiendo el mismo principio, negárselo de forma rotunda a los hombres.
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