Maripaz Vega y Eva Florencia son dos mujeres que afirman sentir una gran pasión por los toros y tener vocación de toreras (1). Pero encuentran muchas dificultades para introducirse en el mundo del toreo, una actividad tradicionalmente reservada a los hombres. Maripaz Vega y Eva Florencia dicen que se sienten discriminadas por las dificultades que encuentran para torear.
Si estas dos mujeres consiguen sensibilizar a la opinión pública sobre la discriminación que sufren, y son capaces de generar una corriente de simpatías y adhesiones, quizás algún día, ante las plazas de toros, veremos manifestaciones eventualmente multitudinarias (de mujeres y hombres, ellos solidarios con ellas), reivindicando el derecho de las mujeres a torear en igualdad de condiciones que los hombres.
Si esto ocurriera, sería probable que compartieran la calle con otras manifestaciones paralelas, también de mujeres y hombres, que reivindicarían (seguirían reivindicando, en algunas ciudades hace años que lo hacen, hasta el momento con pocos resultados), la erradicación de las corridas de toros. Es decir, reivindicando la anulación del derecho que se otorga a los hombres toreros a torturar hasta la muerte un toro.
¿Cuál sería la actitud que debería adoptar una persona (hombre o mujer) comprometida con la reivindicación de la emancipación y los derechos de las mujeres en una situación de este tipo? ¿Es muy aventurado afirmar que el compromiso prioritario de cualquier hombre o mujer debería ser con la empatía y la compasión hacia el sufrimiento ajeno?
Todo lo humano es opinable. Los mayores crímenes de la historia siempre han tenido el apoyo de sus respectivos ideólogos: en la Alemania hitleriana, la URSS de Stalin, la Camboya de Pol Pot, las dictaduras española, sudamericanas o de cualquier continente... Sí, todo es opinable, pero parece que es una opción más culta, más progresista, civilizada, afirmar que ningún hombre o mujer puede reclamar ningún presunto derecho si su posesión y ejercicio implica violar la dignidad de otras personas.
Ampliando el alcance de este elemental principio, parece que sería bastante coherente que, como seres sensibles que somos, nos tendríamos que negar el presunto derecho a torturar a cualquier otro ser sensible. Es decir, en el caso de Maripaz Vega y Eva Florencia, en lugar de intentar equipararse a los hombres toreros-torturadores, en lugar de sentirse frustradas por la discriminación que padecen, deberían esforzarse por cultivar otra pasión y enfocar sus aspiraciones profesionales en otras direcciones. Seguro que si intentan ser profesoras universitarias, juezas o políticas (o lampistas, taxistas, acordeonistas...), si sufren discriminaciones sus quejas y reivindicaciones serán mucho mejor comprendidas y compartidas.