La lucha por la emancipación de la mujer ha sido y es ardua, cansada y a menudo frustrante. Larga y, por descontado, inacabada: incluso en las sociedades más avanzadas y más igualitarias las mujeres todavía tienen reivindicaciones pendientes. Por no hablar de las sociedades en las que hoy en día las mujeres todavía viven completamente oprimidas, sin que les sean reconocidos ni respetados los más elementales derechos.
A la lucha de la emancipación de la mujer le queda todavía mucho trecho por recorrer. Y algunas ideas por depurar, como la de que cualquier derecho que se le reconozca a un hombre también se le ha de reconocer a una mujer. Una idea aparentemente sensata pero al mismo tiempo peligrosa.
Por ejemplo. En una sociedad esclavista (en la que la práctica de la esclavitud estuviera regulada legalmente), ¿las mujeres deberían aspirar a poder ser ellas también traficantes y propietarias de esclavos, en el caso de que este dudoso derecho sólo se les reconociera a los hombres? Otro ejemplo: en una sociedad colonial que reconociera el derecho de conquista, en la que los hombres invadieran territorios, sometieran a sus habitantes y usurparan sus riquezas, ¿las mujeres también deberían reivindicar el derecho a ser conquistadoras, genocidas, esclavizadoras y usurpadoras de riquezas ajenas? (si parece desmesurado el ejemplo, piénsese en la presencia de las mujeres en el ejército de los EE.UU. y la actuación, entre otras, de este país en Irak).
¿Es legítimo reivindicar este tipo de igualdad? En ocasiones, oyendo hablar a algunas mujeres (no necesariamente de temas tan extremos), parece que sí. Parece que defiendan el principio de que, si hay hombres que se comportan con estulticia, soberbia, despreciativamente, con violencia y prepotencia, es legítimo reivindicar el derecho a igualarse a ellos también en estos aspectos.
Pero sólo libera y emancipa de verdad lo que expande las capacidades creadoras vinculadas a los valores propios de los derechos humanos. Aquello que permite que se expanda lo mejor de cada uno o una, la capacidad de empatía, de solidaridad, lo que permite que se afiance una sociedad y un mundo en el que los derechos humanos de todas las personas sean respetados. Y los presuntos derechos contrarios a la dignidad de las personas que algunas sociedades otorgan a los hombres no hay que reivindicarlos para las mujeres esgrimiendo el principio de la igualdad, sino, esgrimiendo el mismo principio, negárselo de forma rotunda a los hombres.