Todos los sistemas morales tienen el mismo origen: haber sido inventados por los seres humanos. No obstante, algunos colectivos niegan este origen con relación a su propio sistema moral. En general, las tradiciones religiosas no recurren a la razón y a la historia para explicar el origen de sus sistemas morales, sino a una supuesta revelación divina.
Lo que no explican de forma convincente estas tradiciones religiosas es el motivo por el cual estas supuestas verdades universales (eternas, indiscutibles, reveladas por un ser omnipotente, infinitamente sabio, bondadoso, etc.), han generado o siguen generando en ocasiones tanto dolor y sufrimiento a la humanidad. Hay algo que no encaja. Y si no, que se lo pregunten a las mujeres y a las personas homosexuales, de todas las épocas históricas, que han vivido bajo la influencia de las tres grandes religiones monoteístas de origen semítico, de acuerdo las tres en alimentar, directamente o indirectamente, la homofobia y la misoginia.
Una homofobia y una misoginia que, también es verdad, no son exclusivas suyas: por ejemplo, sobre todo la homofobia, también la compartían, y de forma feroz, las distintas dictaduras fascistas y comunistas del siglo XX. La suerte es que estas dictaduras materiales y mentales, al no basarse en presuntos orígenes divinos, fue más fácil que acabaran desacreditándose y desmoronándose a causa de sus excesos, algo que han evitado las tradiciones religiosas, a pesar de la inhumanidad de algunos de sus preceptos morales y de las conductas que estos preceptos han propiciado o siguen propiciando.
30 agosto 2008
24 agosto 2008
Dignidad y tratamientos
"Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad..."
Si la afirmación es tan clara y concisa, y está situada en un lugar tan preferente, la primera frase del primer artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ¿cómo es que distintos organismos o colectivos se empeñan en otorgar a algunos de sus miembros tratamientos especiales? No sólo especiales, también pomposos y ridículos: majestad, santidad, excelencia, ilustrísimo, reverendo, señoría...
Hace siglos los cuáqueros ya lo tenían claro. Tanto, que cuando se les emplazaba a someterse a las normas que incluían la utilización forzada de estos tratamientos se negaban en redondo, llegando a ser condenados judicialmente por tratar de igual a igual a los jueces que los juzgaban precisamente por dicho "delito".
Si todos tenemos la misma dignidad, también hemos de ser tratados exactamente de la misma forma, con independencia de la posición social que se ocupe, el eventual cargo público que se ejerza o la jerarquía religiosa que se ostente. O el título nobiliario del que se presuma: marqués, conde, duquesa, princesa... y tantas otras majaderías.
Y si hay algo que pueda dar algún lustre especial o añadido a la dignidad inherente a toda persona, no es precisamente el tratamiento que se le otorgue a alguien, sino la honestidad y eficiencia con las que desempeñe sus responsabilidades, ya sean las de magistrado, médico, panadero o jornalero. Y, por lo tanto, o todos somos ilustrísimas personas (o majestades, santidades, etc.), o para simplificar y dejarnos de juegos, todos somos personas a secas. Con la misma dignidad y el mismo tratamiento.
Si la afirmación es tan clara y concisa, y está situada en un lugar tan preferente, la primera frase del primer artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ¿cómo es que distintos organismos o colectivos se empeñan en otorgar a algunos de sus miembros tratamientos especiales? No sólo especiales, también pomposos y ridículos: majestad, santidad, excelencia, ilustrísimo, reverendo, señoría...
Hace siglos los cuáqueros ya lo tenían claro. Tanto, que cuando se les emplazaba a someterse a las normas que incluían la utilización forzada de estos tratamientos se negaban en redondo, llegando a ser condenados judicialmente por tratar de igual a igual a los jueces que los juzgaban precisamente por dicho "delito".
Si todos tenemos la misma dignidad, también hemos de ser tratados exactamente de la misma forma, con independencia de la posición social que se ocupe, el eventual cargo público que se ejerza o la jerarquía religiosa que se ostente. O el título nobiliario del que se presuma: marqués, conde, duquesa, princesa... y tantas otras majaderías.
Y si hay algo que pueda dar algún lustre especial o añadido a la dignidad inherente a toda persona, no es precisamente el tratamiento que se le otorgue a alguien, sino la honestidad y eficiencia con las que desempeñe sus responsabilidades, ya sean las de magistrado, médico, panadero o jornalero. Y, por lo tanto, o todos somos ilustrísimas personas (o majestades, santidades, etc.), o para simplificar y dejarnos de juegos, todos somos personas a secas. Con la misma dignidad y el mismo tratamiento.
23 agosto 2008
Lenguaje sexista - 2
Si en estos apuntes en ocasiones se utiliza un lenguaje aparentemente sexista no es en absoluto de forma intencionada, es más bien única y exclusivamente por una cuestión de pereza congénita. Lo que se ha aprendido en la infancia cuesta un cierto esfuerzo desaprenderlo, y cuando se reflexiona sobre los distintos aprendizajes realizados a lo largo de los años se suele descubrir que no son pocas las cosas que sería mejor desaprender... algo que en muchas ocasiones al final no se hace, a pesar de percibir su necesidad.
Pero esta pereza responsable de la falta de militancia diaria en este asunto del lenguaje sexista no impide reconocer y agradecer la labor de las personas, generalmente mujeres, más comprometidas en este cambio en el uso del lenguaje: gracias a su actitud más diligente y batalladora, este proceso de cambio necesario para no seguir discriminando con las palabras a las mujeres tiene más posibilidades de alcanzar sus objetivos.
Pero esta pereza responsable de la falta de militancia diaria en este asunto del lenguaje sexista no impide reconocer y agradecer la labor de las personas, generalmente mujeres, más comprometidas en este cambio en el uso del lenguaje: gracias a su actitud más diligente y batalladora, este proceso de cambio necesario para no seguir discriminando con las palabras a las mujeres tiene más posibilidades de alcanzar sus objetivos.
Lenguaje sexista
La capacidad para el lenguaje es un invento biológico del proceso de la evolución. Una lengua concreta es un invento de la cultura en la que ha germinado dicha lengua. Todas las lenguas son un reflejo de las respectivas culturas, de las sociedades que las hablan. Pero no reflejan sólo lo que son sino también lo que aspiran a ser: con el lenguaje, además de nombrar lo existente, se formulan sueños y anhelos. Por lo tanto, una lengua es al mismo tiempo un archivo histórico y de costumbres y un proyecto de futuro.
Cuando una minoría ilustrada empezó a utilizar la expresión "derechos humanos" con ella no reflejaba la situación de la sociedad en la que vivían, sino el anhelo de una sociedad distinta. Hoy, nombrar los derechos humanos sigue siendo el paso previo imprescindible para intentar conseguir que se asimile íntimamente su necesidad y se reivindique y alcance su respeto. Lo dicho para los derechos humanos en general vale igualmente para algunos de sus aspectos conflictivos, como por ejemplo la existencia del racismo, la xenofobia, la homofobia o el sexismo.
Viene a cuento todo lo anterior a raíz del debate existente sobre el uso del lenguaje sexista y de la opinión de algunos académicos en el sentido de que el lenguaje es un reflejo de la sociedad que lo habla. Y que, por lo tanto, no tiene sentido introducir "artificialmente" nuevas expresiones con la intención de equiparar la presencia de lo masculino y lo femenino, con el objetivo de buscar alternativas menos discriminadoras para la mitad del género humano.
Pero estas personas (mayoritariamente hombres, pero no de forma exclusiva), olvidan que no sólo existe lo que crece espontáneamente, sino que también puede existir aquello que se planta y cultiva con esmero (y si no que se lo pregunten a los poetas, inventores tanto de lenguaje como de sueños y nuevos paisajes). Y que gracias a la gente que se ha dedicado a sembrar y cultivar algunas palabras nuevas y nuevas formas de expresión hasta entonces inexistentes, en algunos aspectos hoy el mundo es algo mejor y más amable que en otros tiempos.
Cuando una minoría ilustrada empezó a utilizar la expresión "derechos humanos" con ella no reflejaba la situación de la sociedad en la que vivían, sino el anhelo de una sociedad distinta. Hoy, nombrar los derechos humanos sigue siendo el paso previo imprescindible para intentar conseguir que se asimile íntimamente su necesidad y se reivindique y alcance su respeto. Lo dicho para los derechos humanos en general vale igualmente para algunos de sus aspectos conflictivos, como por ejemplo la existencia del racismo, la xenofobia, la homofobia o el sexismo.
Viene a cuento todo lo anterior a raíz del debate existente sobre el uso del lenguaje sexista y de la opinión de algunos académicos en el sentido de que el lenguaje es un reflejo de la sociedad que lo habla. Y que, por lo tanto, no tiene sentido introducir "artificialmente" nuevas expresiones con la intención de equiparar la presencia de lo masculino y lo femenino, con el objetivo de buscar alternativas menos discriminadoras para la mitad del género humano.
Pero estas personas (mayoritariamente hombres, pero no de forma exclusiva), olvidan que no sólo existe lo que crece espontáneamente, sino que también puede existir aquello que se planta y cultiva con esmero (y si no que se lo pregunten a los poetas, inventores tanto de lenguaje como de sueños y nuevos paisajes). Y que gracias a la gente que se ha dedicado a sembrar y cultivar algunas palabras nuevas y nuevas formas de expresión hasta entonces inexistentes, en algunos aspectos hoy el mundo es algo mejor y más amable que en otros tiempos.
17 agosto 2008
Citas - Por más alta...
"Por más alta que sea una montaña, no sobrepasa su propia cúspide."
Roberto Fontanarrosa
Roberto Fontanarrosa
13 agosto 2008
Citas - Lo urgente y lo importante
"La poesía es útil porque cambia lo urgente por lo importante, nos humaniza."
Luis García Montero (La Vanguardia, 13-8-2008)
Luis García Montero (La Vanguardia, 13-8-2008)
10 agosto 2008
Derechos coyunturales
Quizás hoy es utópico, pero tampoco es del todo disparatado pensar que a lo mejor algún día no existirán ni naciones ni fronteras, y entonces todos los seres humanos podrán circular libremente por todos los territorios de la Tierra, disfrutando todos en todas partes de los mismos derechos y libertades.
Parece obvio que entonces no tendría sentido la conservación del actual derecho a una nacionalidad, o del derecho a salir de cualquier país, o el de regresar al propio: la ciudadanía universal y la libre circulación habrían convertido en obsoletos estos derechos actualmente recogidos en la Declaración Universal (artículos 13, 14 y 15).
Estos derechos serían entonces sólo material de estudio para los historiadores, en las crónicas de los cuales se relatarían los hechos de aquellos tiempos pretéritos en los que los seres humanos tenían los territorios delimitados por fronteras, llegando en ocasiones a matarse entre ellos a causa de disputas acerca de su trazado. De aquellos tiempos en los que, a causa de las fronteras, a personas empobrecidas y sumidas en la desesperanza les era negada la oportunidad de emigrar a otros territorios para intentar salir de la miseria.
Parece obvio que entonces no tendría sentido la conservación del actual derecho a una nacionalidad, o del derecho a salir de cualquier país, o el de regresar al propio: la ciudadanía universal y la libre circulación habrían convertido en obsoletos estos derechos actualmente recogidos en la Declaración Universal (artículos 13, 14 y 15).
Estos derechos serían entonces sólo material de estudio para los historiadores, en las crónicas de los cuales se relatarían los hechos de aquellos tiempos pretéritos en los que los seres humanos tenían los territorios delimitados por fronteras, llegando en ocasiones a matarse entre ellos a causa de disputas acerca de su trazado. De aquellos tiempos en los que, a causa de las fronteras, a personas empobrecidas y sumidas en la desesperanza les era negada la oportunidad de emigrar a otros territorios para intentar salir de la miseria.
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