"Muchas mujeres muestran una cierta insatisfacción al mirarse los labios vaginales y ver que uno es algo mayor que el otro, o que no les gusta su color, más rosado o más oscuro, influyendo esto en su autoestima (...) la insatisfacción con las dimensiones del pene se puede corregir con la cirugía de los genitales masculinos, la faloplastia, que comprende tanto el engrosamiento como el alargamiento de pene".
Mientras por estas latitudes estamos gravemente preocupados por temas como los descritos en los fragmentos citados (sacados de un folleto de propaganda de un centro de cirugía estética), el hambre, las diarreas y algunas enfermedades infecciosas siguen asolando amplias zonas de la Tierra, sembrándolas de cadáveres, cuando con inversiones relativamente moderadas (comparadas con las que una persona es capaz de destinar a "modelar" caprichosamente su apariencia), estas enfermedades asociadas a la miseria se podrían combatir con una elevada eficacia.
Pero este tipo de reflexiones se podrían iniciar a partir de cualquier otra noticia sobre cualquier otro hábito consumista: el recurso a la obsesión y el abuso de la cirugía estética es solo una excusa. Y decimos abuso porque en el caso de este tipo de cirugía naturalmente no nos referimos a las intervenciones que tienen como objetivo corregir graves malformaciones, ya sean de nacimiento o causadas por enfermedades o accidentes.
No obstante, incluso en estos casos, se podrían plantear reflexiones éticas acerca de cuales deben ser las prioridades sociales a la hora de invertir los limitados recursos sanitarios globales disponibles, si costosas intervenciones que benefician a unas pocas personas (no sólo las de cirugía estética), o políticas sanitarias destinadas a prevenir enfermedades y epidemias que afectan a poblaciones enteras, como por ejemplo, las derivadas de la falta de acceso al agua potable.
Pero esta ya sería otra historia, que quizás retomaremos en otra ocasión...