La utilización de la expresión "violencia de género" para referirse a la ejercida contra algunas mujeres por parte de algunos hombres, al margen de violentar el idioma (algo al fin y al cabo no tan grave, ya que éste precisamente en parte se va elaborando a fuerza de violentar usos anteriores), tiene el inconveniente añadido de confundir, de no ayudar a facilitar la identificación, de forma inequívoca, del colectivo al que pretende referirse.
Si el concepto de género se pretende asociar con el rol que adopta o se ve obligada a adoptar en una sociedad determinada una persona en función de las expectativas que dicha sociedad tiene acerca del reparto de funciones entre las personas de distinto sexo, es obvio que la designación de "violencia de género" para referirse a la ejercida por un hombre sobre una mujer es un error. Entre otras razones, porque según este cuestionable razonamiento, también se debería utilizar en los casos, minoritarios pero reales, en los que es la mujer quién agrede al hombre. Y no tan minoritarios si en lugar de tener sólo en cuenta las agresiones de carácter físico se tienen también en cuenta aquellas de carácter psicológico, ejecutadas de forma insidiosa, basadas en palabras y actitudes potencialmente devastadoras; un tipo de violencia que, claro esta, no es tampoco en absoluto patrimonio exclusivo de algunas mujeres, algunos hombres la dominan también con gran habilidad.
Pero sobre todo, no es acertado este uso de la expresión (cuando se circunscribe a la violencia de hombres sobre mujeres), porque en definitiva este tipo de violencia no es el resultado de una confrontación entre distintos roles (o géneros), sino lisa y llanamente, de sexos: de algunos hombres que, precisamente porque son hombres, agreden a algunas mujeres, precisamente porque son mujeres. Porque así lo han interiorizado (mediante la educación, los referentes familiares y sociales): el hecho de ser hombres les da el poder de agredir a las mujeres, con independencia del rol que estas ejerzan socialmente.
Además, con la adopción de esta terminología, se hipoteca su aplicación en aquellos casos en los que su uso sería mucho más adecuado. El más obvio, el relacionado con la discriminación y la violencia que sufren las personas incluidas en lo que se suele denominar minorías sexuales: homosexuales (gais y lesbianas), travestis, transexuales y transgéneros. Personas que viven una identidad de género distinta de la mayoritaria, y que en muchos casos, precisamente a causa de esta vivencia (de la determinación de asumirla y negarse a vivir fingiendo), son víctimas del rechazo y la violencia. Para estos colectivos, la expresión "violencia de género" sí que es la mejor forma de definir las complejas situaciones de sus vidas y las agresiones que en ocasiones padecen.
Cuando los defensores o defensoras de la utilización de la expresión "violencia de genero" para referirse a la violencia sufrida por algunas mujeres a manos de algunos hombres argumentan que es una expresión avalada por la utilización de distintos colectivos y presente en numerosos estudios sobre el tema, evitan u olvidan la que debería ser la pregunta clave: ¿es esta la mejor alternativa, o existe alguna preferible? Además, el argumento basado en el grado de utilización de esta denominación es frágil. Cuando un determinado uso presenta algunos inconvenientes, es de introducción reciente, está circunscrito a unos determinados círculos académicos o legislativos y tiene alternativas más sencillas, su presencia puede ser sólo una muestra de algo tan ajeno al caso sobre el que se razona como que una mala idea puede llegar a prosperar a pesar de los distintos inconvenientes que comporta su implementación.
Cuantos más significados se le añaden a una palabra en más vaga e imprecisa se convierte su utilización. En este caso, existen soluciones mucho más adecuadas, más descriptivas, más difundidas entre la sociedad y con una trayectoria histórica más extensa. En español (1), violencia machista o violencia contra las mujeres (2). Y es precisamente la existencia de estas alternativas tan lógicas y claras lo que convierte en desconcertante el empeño por parte de algunas personas de imponer la desafortunada expresión "violencia de género".
--
(1) El problema se ha generado a causa de la desacertada asimilación de la palabra inglesa "gender" con la española "género". La consulta de los respectivos diccionarios deja claro que sus significados son distintos, y por lo tanto también distintos los ámbitos adecuados para su utilización.
(2) La expresiones "violencia doméstica" o "violencia familiar" también son desaconsejables para referirse a la violencia de los hombres sobre las mujeres, ya que su significado es mucho más amplio, en la medida que incluyen los distintos miembros del ámbito doméstico o de la familia que la pueden sufrir: mujeres, menores o personas mayores... y hombres también.