Lo normal es que nos atraiga el olor de las hierbas aromáticas y que nos repugne el de los vómitos y la podredumbre. Es una característica que viene impresa en nuestros genes.
Somos el resultado de una mezcla o interacción entre nuestra naturaleza o constitución biológica y las influencias del entorno. Por ejemplo, tenemos la necesidad de comer. Pero si sentimos que esta necesidad ineludible sólo la podemos satisfacer comiendo chipirones en su tinta, entonces es evidente que un gusto tan particular y excluyente no está escrito en nuestros genes: esta exclusividad nos la hemos inventado.
Dicho lo anterior, vayamos a la siguiente cita:
"El pato es docilísimo: un animal fácil, generoso, bueno. Le das de comer, ¡y ya te toma por su papá y te adora! Yo amo a los patos. (...) Me han llamado 'torturador de patos'... No negaré que el embocado es un tramo duro de la vida del pato... (...) Durante los últimos quince días de su vida, mediante un embudo, al pato se le fuerza a engullir un kilo de maíz al día. Así el hígado se carga de grasa hasta decuplicar su peso. (...) El hígado normal pesa unos 70 gramos, y el hígado graso, 700 gramos. Y el pato pesa siete kilos: ¡es como si un hombre de 80 kilos albergase un hígado de ocho kilos! En ese punto -descarga eléctrica y degüello- extraemos el tesoro. (...) Pero durante los tres primeros meses de su vida, el pato ha vivido suelto, en excelentes entornos naturales, mimado por veterinarios, alimentándose a su antojo, moviéndose como un atleta olímpico... ¡Conviene que llegue sano y fuerte al embocado!" (André Bonnaure, cocinero especialista en foie gras. La Vanguardia, 26-2-2009).
Es obvio que no se puede sobrevivir sin interrumpir el curso natural de otros organismos vivos, sin ejercer distintas formas de violencia. No podemos evitar la violencia, sólo podemos intentar minimizarla. Nuestras múltiples necesidades requieren que cercenemos el normal desarrollo de otros organismos vivos, animales o vegetales. No sólo para alimentarnos, también para procurarnos abrigo y cobijo, para desarrollar la ciencia y la cultura, para combatir las enfermedades... no es posible andar sin pisar.
No obstante, limitándonos al ámbito de la alimentación, y sin entrar en la discusión de si es posible llevar una vida saludable evitando el consumo de alimentos de origen animal, hay otra reflexión, ajena al ámbito nutricional, sólo ética, que nos podemos plantear: ¿qué necesidad tenemos, como en el ejemplo de la cita, de someter a algunos animales a auténticas torturas sólo para satisfacer un capricho, un determinado gusto que nosotros mismos nos hemos inventado? Con lo vasto que es el universo de los gustos y las infinitas posibilidades existentes de ampliarlo, ¿tan torpes e insensibles somos que no nos entra en la cabeza que podemos optar por gustos que no requieran para su satisfacción el sufrimiento de otros seres sensibles? ¿O es que en el fondo hay algo realmente morboso, en la satisfacción de estos caprichos?