Defender los derechos humanos en algunos paises es una actividad de alto riesgo. Colombia es uno de ellos. Nancy Fiallo es una colombiana valiente, honesta, comprometida, incansable. Años de constante militancia denunciando los atentados contra los derechos humanos cometidos por los narcotraficantes, los paramilitares y el ejército le han servido para vivir hostigada de forma permanente, incluidas amenazas de muerte. De momento sigue viva: muchos otros defensores de los derechos humanos colombianos no pueden decir lo mismo.
Nancy ha estado en España, para alejarse una temporada de las amenazas a las que se veía sometida en su país. Durante su estancia, ha dedicado su tiempo a denunciar la difícil situación de los defensores de los derechos humanos colombianos. Su actividad divulgativa ha incluido charlas en centros de enseñanza. A Nancy no le resulta difícil conectar con los adolescentes. Domina la oratoria, es amena y, sobre todo, habla de temas muy cercanos a los jóvenes. El vínculo que establece entre la realidad colombiana y el mundo de los adolescentes que la escuchan es el de las drogas.
Nancy sabe las cosas por propia experiencia y las sabe transmitir con claridad a su auditorio. Explica que cada vez que alguien aquí consume cocaína está contribuyendo a alimentar la violencia en Colombia, una violencia que no sólo afecta a las personas implicadas directamente en el tráfico de cocaína sino a amplios sectores de la población civil, cuya desgracia es vivir en las mismas zonas en las que desarrollan sus actividades los narcotraficantes, los paramilitares, el ejército. Una población civil siempre expuesta a la brutalidad de unos y otros, utilizada como rehén o cómplice forzada, a la que no se le concede el derecho a la neutralidad, el derecho a vivir en paz.
Nancy insiste ante su joven auditorio: "Recuerden que cada vez que aquí consumen cocaína estan alimentando la espiral de violencia en Colombia, están contribuyendo a la muerte de personas inocentes colombianas". Su testimonio deja huella, las charlas suelen prolongarse más de lo previsto, a causa del interés de los jóvenes que la escuchan, ávidos de conocer más y más de una realidad que ignoraban.
Conocí a Nancy de casualidad. Me emocionó su integridad, su valor. Y me impacto también, y le agradecí, su contribución a la sensibilización de los muchachos y muchachas que aquí han tenido la suerte de poderla escuchar y conocer este aspecto asociado al consumo de la cocaína: no destruye sólo a quién la consume, también destruye, a miles de kilómetros de distancia, las vidas de personas inocentes que lo único que anhelan es vivir en paz.
14 febrero 2010
10 febrero 2010
07 febrero 2010
Citas - Eduardo Galeano (emancipación de los esclavos)
"En estos días, la prensa ha difundido reseñas históricas. Se supone que ayudan a entender lo que ocurre. En casi todos los casos, nos cuentan que Haití fue el segundo país libre de las Américas, porque había seguido el ejemplo de la independencia de Estados Unidos. La verdad es que no fue el segundo. Fue el primero, el primer país de veras libre, libre de la opresión colonial, sí, pero también libre de la esclavitud. Y fue el primero, precisamente, porque no siguió el ejemplo de Estados Unidos: Haití fue un país sin esclavos sesenta años antes que Estados Unidos, cuya primera Constitución estableció que un negro equivalía a las tres quintas partes de una persona. Y Haití nació, por eso, condenado a la soledad. Haití difundía, con su solo ejemplo, una peste contagiosa. Ningún otro país reconoció su existencia. Todos le dieron la espalda. Ni siquiera Simón Bolívar, cuando gobernó la Gran Colombia, pudo recordar que a los haitianos debía su gloria, porque ellos le habían dado naves, armas y soldados, cuando él estaba vencido, con la sola condición de que liberara a los esclavos."
Eduardo Galeano. "Las otras réplicas". El País Semanal, 7-2-2010
Eduardo Galeano. "Las otras réplicas". El País Semanal, 7-2-2010
Citas - Jacinto Antón (oposición interna al nazismo)
"A menudo se olvida que los alemanes no fueron sólo los que auparon a Hitler, libraron su guerra de aniquilación y encendieron sus hornos. También fueron, algunos de ellos, los primeros en sufrirlo, en jugarse la vida oponiéndose al nazismo, mientras el resto del mundo contemporizaba o miraba hacia otro lado. Esos alemanes justos, una minoría más amplia de lo que generalmente se cree, eran suficientes para llenar ya antes de la guerra los campos de concentración y las celdas de la Gestapo; y para dar trabajo, y mucho, al verdugo. En diferentes grados, de la resistencia pasiva a la conspiración para matar a Hitler, lucharon esos otros alemanes a lo largo de 12 años una guerra solitaria, sin ayuda exterior, ante un enemigo despiadado, una sociedad entregada y delatora y el aparato policial más terrible y mejor organizado del mundo. (...) Las razones de que se les ignore tienen que ver con la propia memoria alemana tras la guerra: si has sido débil o infame es mejor que lo hayan sido todos, queda más repartido. Y también con la visión que a los Aliados les interesó mostrar de los alemanes: era mejor para combatirlos y someterlos verlos como una nación homogénea en la brutalización; así que los vencedores determinaron que no hubo una resistencia alemana digna de tal nombre."
Jacinto Antón. "Dijeron no a la esvástica". El País, 7-2-2010
Jacinto Antón. "Dijeron no a la esvástica". El País, 7-2-2010
04 febrero 2010
Derecho a la alimentación y solidaridad
"Termínate el plato, piensa que en el mundo hay muchos niños que pasan hambre". El destinatario de estas palabras puede ser un niño caprichoso con las comidas. O un niño saciado. Tanto al primero como al segundo, la admonición y la insistencia para que se termine la comida del plato lo más probable es que no le reporten ningún beneficio, ni educativo ni alimentario. ¿Van a combatir las hambrunas comiendo? ¿Saciándose, incluso quizás indigestándose, van a aliviar el hambre que padecen millones de personas? ¿O de lo que se trata es de que tengan conciencia "de clase", del hecho de pertenecer al grupo afortunado de los que no pasan hambre...? ¿Y en este caso, con qué objetivo?
No obstante, sí que existe una relación entre el plato sin terminar y el hambre que padecen muchas personas. Y si no existe, se puede establecer con facilidad (sólo hay que proponérselo), de forma que el razonamiento sea comprensible no sólo para un niño, sino también para un adulto.
Imaginemos una persona que come con moderación. Cuando está saciada, si ha sobrado comida la guarda para la siguiente ocasión, evitando que se estropee y que vaya al cubo de la basura. De esta forma esta persona consigue que su gasto alimentario sea notoriamente menor, por ejemplo, que el de una persona caprichosa y despreocupada con la alimentación, a la que no le importa que haya comida que vaya a parar a la basura porque no le apetece, o porque se ha estropeado por falta de cuidado. O que la engulle toda, provocándose indigestiones (o incluso graves enfermedades) a causa de sus excesos.
¿La persona moderada y cuidadosa está haciendo algo para paliar el hambre del mundo? Pues de momento no. Pero puede dar otro paso. Si alimentándose de forma responsable y frugal requiere una menor inversión económica que la de quién se comporta con los alimentos de forma caprichosa, se puede plantear qué hacer con este dinero "ahorrado". Y entonces sí, puede contribuir a paliar las necesidades ajenas, haciendo llegar los recursos preservados a las personas necesitadas, canalizándolos por ejemplo a través de alguna organización solidaria.
A un niño al que no le apetece terminarse un plato no hay que insistirle: se le puede invitar a guardarlo en la nevera, para que se lo coma en la siguiente comida, haciéndole reflexionar sobre los recursos que se pueden liberar con un consumo más responsable. Poniéndole al mismo tiempo ejemplos de iniciativas reales a través de las cuales "los niños que pasan hambre" se pueden beneficiar de un comportamiento más consciente y solidario por parte de las personas que tienen la suerte de no padecer estrecheces.
El primer artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos nos recuerda la necesidad de que todos los seres humanos "nos comportemos fraternalmente los unos con los otros". El asunto está en que las grandes declaraciones se concreten en actitudes y acciones. La alimentación responsable y solidaria es sólo un ejemplo (habría que añadir la necesidad de escolarización, salud, abrigo, vivienda...).
Otra ventaja de vivir con mayor coherencia situaciones cotidianas como la descrita es que nos legitimiza como individuos para reclamar con más rigor algo también absolutamente imprescindible: que los grandes actores del circo económico y político mundial tomen las medidas oportunas para que se solucionen las hambrunas que padecen extensas regiones del planeta. Porque lo que ya sabemos es que alimentos no faltan, lo que falta es la voluntad de repartirlos. Es decir, la "fraternidad" que se menciona en el primer artículo de la Declaración Universal.
Como resulta que "sólo se educa con el ejemplo", cada cual puede sacar sus propias conclusiones, en función de los roles o responsabilidades familiares o sociales que sean de su incumbencia.
No obstante, sí que existe una relación entre el plato sin terminar y el hambre que padecen muchas personas. Y si no existe, se puede establecer con facilidad (sólo hay que proponérselo), de forma que el razonamiento sea comprensible no sólo para un niño, sino también para un adulto.
Imaginemos una persona que come con moderación. Cuando está saciada, si ha sobrado comida la guarda para la siguiente ocasión, evitando que se estropee y que vaya al cubo de la basura. De esta forma esta persona consigue que su gasto alimentario sea notoriamente menor, por ejemplo, que el de una persona caprichosa y despreocupada con la alimentación, a la que no le importa que haya comida que vaya a parar a la basura porque no le apetece, o porque se ha estropeado por falta de cuidado. O que la engulle toda, provocándose indigestiones (o incluso graves enfermedades) a causa de sus excesos.
¿La persona moderada y cuidadosa está haciendo algo para paliar el hambre del mundo? Pues de momento no. Pero puede dar otro paso. Si alimentándose de forma responsable y frugal requiere una menor inversión económica que la de quién se comporta con los alimentos de forma caprichosa, se puede plantear qué hacer con este dinero "ahorrado". Y entonces sí, puede contribuir a paliar las necesidades ajenas, haciendo llegar los recursos preservados a las personas necesitadas, canalizándolos por ejemplo a través de alguna organización solidaria.
A un niño al que no le apetece terminarse un plato no hay que insistirle: se le puede invitar a guardarlo en la nevera, para que se lo coma en la siguiente comida, haciéndole reflexionar sobre los recursos que se pueden liberar con un consumo más responsable. Poniéndole al mismo tiempo ejemplos de iniciativas reales a través de las cuales "los niños que pasan hambre" se pueden beneficiar de un comportamiento más consciente y solidario por parte de las personas que tienen la suerte de no padecer estrecheces.
El primer artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos nos recuerda la necesidad de que todos los seres humanos "nos comportemos fraternalmente los unos con los otros". El asunto está en que las grandes declaraciones se concreten en actitudes y acciones. La alimentación responsable y solidaria es sólo un ejemplo (habría que añadir la necesidad de escolarización, salud, abrigo, vivienda...).
Otra ventaja de vivir con mayor coherencia situaciones cotidianas como la descrita es que nos legitimiza como individuos para reclamar con más rigor algo también absolutamente imprescindible: que los grandes actores del circo económico y político mundial tomen las medidas oportunas para que se solucionen las hambrunas que padecen extensas regiones del planeta. Porque lo que ya sabemos es que alimentos no faltan, lo que falta es la voluntad de repartirlos. Es decir, la "fraternidad" que se menciona en el primer artículo de la Declaración Universal.
Como resulta que "sólo se educa con el ejemplo", cada cual puede sacar sus propias conclusiones, en función de los roles o responsabilidades familiares o sociales que sean de su incumbencia.
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