"Termínate el plato, piensa que en el mundo hay muchos niños que pasan hambre". El destinatario de estas palabras puede ser un niño caprichoso con las comidas. O un niño saciado. Tanto al primero como al segundo, la admonición y la insistencia para que se termine la comida del plato lo más probable es que no le reporten ningún beneficio, ni educativo ni alimentario. ¿Van a combatir las hambrunas comiendo? ¿Saciándose, incluso quizás indigestándose, van a aliviar el hambre que padecen millones de personas? ¿O de lo que se trata es de que tengan conciencia "de clase", del hecho de pertenecer al grupo afortunado de los que no pasan hambre...? ¿Y en este caso, con qué objetivo?
No obstante, sí que existe una relación entre el plato sin terminar y el hambre que padecen muchas personas. Y si no existe, se puede establecer con facilidad (sólo hay que proponérselo), de forma que el razonamiento sea comprensible no sólo para un niño, sino también para un adulto.
Imaginemos una persona que come con moderación. Cuando está saciada, si ha sobrado comida la guarda para la siguiente ocasión, evitando que se estropee y que vaya al cubo de la basura. De esta forma esta persona consigue que su gasto alimentario sea notoriamente menor, por ejemplo, que el de una persona caprichosa y despreocupada con la alimentación, a la que no le importa que haya comida que vaya a parar a la basura porque no le apetece, o porque se ha estropeado por falta de cuidado. O que la engulle toda, provocándose indigestiones (o incluso graves enfermedades) a causa de sus excesos.
¿La persona moderada y cuidadosa está haciendo algo para paliar el hambre del mundo? Pues de momento no. Pero puede dar otro paso. Si alimentándose de forma responsable y frugal requiere una menor inversión económica que la de quién se comporta con los alimentos de forma caprichosa, se puede plantear qué hacer con este dinero "ahorrado". Y entonces sí, puede contribuir a paliar las necesidades ajenas, haciendo llegar los recursos preservados a las personas necesitadas, canalizándolos por ejemplo a través de alguna organización solidaria.
A un niño al que no le apetece terminarse un plato no hay que insistirle: se le puede invitar a guardarlo en la nevera, para que se lo coma en la siguiente comida, haciéndole reflexionar sobre los recursos que se pueden liberar con un consumo más responsable. Poniéndole al mismo tiempo ejemplos de iniciativas reales a través de las cuales "los niños que pasan hambre" se pueden beneficiar de un comportamiento más consciente y solidario por parte de las personas que tienen la suerte de no padecer estrecheces.
El primer artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos nos recuerda la necesidad de que todos los seres humanos "nos comportemos fraternalmente los unos con los otros". El asunto está en que las grandes declaraciones se concreten en actitudes y acciones. La alimentación responsable y solidaria es sólo un ejemplo (habría que añadir la necesidad de escolarización, salud, abrigo, vivienda...).
Otra ventaja de vivir con mayor coherencia situaciones cotidianas como la descrita es que nos legitimiza como individuos para reclamar con más rigor algo también absolutamente imprescindible: que los grandes actores del circo económico y político mundial tomen las medidas oportunas para que se solucionen las hambrunas que padecen extensas regiones del planeta. Porque lo que ya sabemos es que alimentos no faltan, lo que falta es la voluntad de repartirlos. Es decir, la "fraternidad" que se menciona en el primer artículo de la Declaración Universal.
Como resulta que "sólo se educa con el ejemplo", cada cual puede sacar sus propias conclusiones, en función de los roles o responsabilidades familiares o sociales que sean de su incumbencia.