No es fácil, el oficio de juez, y dada su propia naturaleza seguramente es imposible ejercerlo sin incurrir en alguna ocasión en algún error. La administración de justicia es compleja. Minimizar los errores añadiendo a los procedimientos judiciales las medidas y las garantías adecuadas no es suficiente. Hay que derogar también aquellas leyes cuya aplicación implique la violación de forma irreversible de derechos fundamentales, como el derecho a la vida en el caso de la pena de muerte.
La vida es una aventura en la que todos representamos en un momento u otro tanto el papel de jueces como el de sujetos juzgados. Como en el caso de la pena de muerte, en la vida cotidiana es habitual que en ocasiones se nos presente el dilema de intentar resolver un contencioso con una valoración o sentencia desproporcionada, irreversible, moralmente cuestionable teniendo en cuenta las características de la situación, de una envergadura que no justifica decisiones tan trascendentes. En ocasiones tendemos a la desmesura, y a menudo ni nos damos cuenta de nuestras exageraciones.
Vivir es inseparable del hecho de valorar y juzgar. Y de prejuzgar: una dosis de prejuicios (de juicios previos) es imprescindible. De entrada los prejuicios nos sirven para sobrevivir biológicamente: cualquier animal los tiene, ya que si no los tuviera no tendría la más mínima posibilidad de alimentarse, reproducirse y perdurar como especie. Pero los prejuicios también nos sirven para afrontar las interacciones o situaciones sociales más cotidianas sin paralizarnos. Muchas automatizaciones de nuestro comportamiento sirven para facilitarnos la vida en sociedad, haciéndonos la existencia diaria más sencilla. Por ejemplo, cuando prejuzgamos que el conductor que avanza en dirección contraria por el otro carril de la carretera se va a mantener en su carril, sin invadir el nuestro, actuamos según un prejuicio, damos por supuesto que se comportará de esta forma. Por suerte, ya que el prejuicio nos evita tenernos que meter en la cuneta precipitadamente, por precaución, cada vez que se acerca un vehículo en dirección contraria. La experiencia nos dice que, en estas circunstancias, "en la mayoría de los casos" (claro, a veces falla, y pasa lo que pasa...) va a ocurrir tal como hemos prejuzgado inconscientemente.
Humanizarse es aprender a andar por la vida conviviendo entre la necesidad de juzgar y la necesidad de no prejuzgar. Por esto en ocasiones es tan difícil, ejercer de ser humano.