Entendemos por seres humanos los seres vivos con un determinado código genético común.
Si este código genético común requerido fuera más elevado, no todos los seres humanos quedaríamos incluidos "dentro de la humanidad": en función de los criterios de pertenencia establecidos, algunos individuos quedarían fuera. Sin tener mapas del genoma, era lo que se proponían los nazis con su exaltación de los rasgos arios.
En sentido contrario, si el código genético común requerido fuera más reducido, podríamos incluir "dentro de la humanidad", por decirlo de alguna manera, seres vivos que no fueran humanos (por ejemplo, en primer lugar, teniendo en cuenta la similitud genética, algunos primates).
Hemos acordado que por el hecho de ser poseedores de este código genético común que nos caracteriza, además nos reconocemos mutuamente como sujetos de derechos ("sin distinción alguna de raza, color, sexo...", artículo 2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos). Nos reconocemos como seres humanos y como sujetos de derechos con independencia tanto de nuestro comportamiento como de nuestras particularidades psíquicas, emocionales, intelectuales y físicas, temporales o permanentes. Por ejemplo, somos seres humanos y sujetos de derechos tanto si somos psicópatas, asesinos en serie sin ninguna empatía, como si somos cuerpos postrados en coma, con un deterioro cerebral grave e irreversible, con una vida meramente vegetativa. En los dos casos, somos sujetos de derechos, unos derechos que además hemos acordado que son inalienables, irrenunciables e imprescriptibles.
Llegar a este acuerdo (sólo cuestionado por las ideologías racistas, misóginas u homófobas, por desgracia todavía demasiado presentes en nuestras sociedades), ha supuesto una larga lucha, sólo culminada en el ámbito teórico con la Declaración Universal de 1948 (en el ámbito práctico queda todavía mucho trecho por recorrer).
Este acuerdo marca una frontera: la que separa los seres vivos merecedores de determinados derechos (los humanos), del resto de los seres vivos. Los primeros cuentan entre sus derechos con el derecho a la libertad, a no ser sometidos a la esclavitud o a no ser torturados, mientras los segundos no tienen cartilla de derechos.
Para delimitar esta frontera nos hemos basado, tal como hemos expuesto anteriormente, en un detalle muy concreto, biológico: el grado de igualdad del código genético. Sin tener en cuenta otros posibles referentes. Por ejemplo, aquellos que contemplen la capacidad de empatía, de gozo o de sufrimiento de un ser vivo, unas capacidades que, en algunos casos, tienen más desarrolladas algunos animales no humanos que algunos seres humanos (recuérdense los dos ejemplos extremos anteriores, el del psicópata y el del coma profundo irreversible, y lo que afirman recientes estudios sobre los grandes simios o los delfines).
¿La particularidad de nuestra parte de genoma no compartida con otros seres vivos justifica la radical separación que establecemos con ellos? Está claro que es difícil que podamos sentirnos orgullosos de nuestro progreso como humanidad mientras sigamos permitiendo, como ocurre en la actualidad, que millones de personas vean vulnerados sus derechos (políticos, económicos o sociales). Pero al mismo tiempo, ¿podemos también prosperar como humanidad ignorando el sufrimiento, a menudo estúpido y fácilmente evitable, al que sometemos a muchos seres vivos no sólo capaces de alegrarse y de gozar, sino también, y paralelamente, capaces de sufrir y de desesperarse a causa de la forma como los tratamos?
27 febrero 2009
23 febrero 2009
Citas - Definición de género - 2
"Todas las sociedades humanas han buscado dotarse de valores y criterios para garantizar su reproducción, organizar la producción, tomar sus decisiones y regular sus intercambios. Una de las clasificaciones que han sido más determinantes en la organización social de todos los pueblos ha sido la división entre lo femenino y lo masculino, clasificación que ha tomado como referencia las diferencias sexuales entre hombres y mujeres.
"Sobre esas diferencias biológicas entre hombres y mujeres (sexo) las sociedades construyeron socialmente un conjunto de atributos, roles, prohibiciones, prescripciones, derechos y obligaciones (género), y ambas, a pesar de su distinto origen, tendieron a ser consideradas como naturales e inamovibles. Quedó arraigada la convicción de que era la naturaleza quien las dictaba y no se distinguió aquello que era producto de procesos y relaciones humanas. Precisamente, el enfoque de género comienza por distinguir las diferencias biológicas entre hombres y mujeres (sexo) de aquellas construidas social y culturalmente (género).
"Si bien todos nacemos con un sexo biológico, nuestras sociedades y culturas nos van formando y socializando en torno a sus concepciones sobre lo masculino y lo femenino. Desde que nacemos vamos siendo ubicados y tratados en base a una cadena de asociaciones entre nuestro sexo y las versiones de masculinidad o feminidad que nuestras sociedades y culturas han elaborado. Las trayectorias diferenciadas por género se van asentando desde los primeros años de vida (socialización de género).
"Toda sociedad requiere que sus miembros desempeñen roles que aseguren su funcionamiento y existencia. La clasificación más conocida para distinguir los roles es la que observa dos grandes esferas que envuelven trabajo humano y sobre las que precisamente se han asentado los roles de género: la esfera productiva que se expresa en la obtención, transformación e intercambio de bienes, asignada tradicionalmente a los varones, y la esfera reproductiva que se expresa en un conjunto de desempeños orientados a garantizar la continuidad de la vida cotidiana y la reproducción del grupo, asignada tradicionalmente a las mujeres."
Proyecto de Ley de Igualdad de Oportunidades con Equidad de Género del Perú (fragmento)
www.mimdes.gob.pe/ley_igualdad.htm (2009)
"Sobre esas diferencias biológicas entre hombres y mujeres (sexo) las sociedades construyeron socialmente un conjunto de atributos, roles, prohibiciones, prescripciones, derechos y obligaciones (género), y ambas, a pesar de su distinto origen, tendieron a ser consideradas como naturales e inamovibles. Quedó arraigada la convicción de que era la naturaleza quien las dictaba y no se distinguió aquello que era producto de procesos y relaciones humanas. Precisamente, el enfoque de género comienza por distinguir las diferencias biológicas entre hombres y mujeres (sexo) de aquellas construidas social y culturalmente (género).
"Si bien todos nacemos con un sexo biológico, nuestras sociedades y culturas nos van formando y socializando en torno a sus concepciones sobre lo masculino y lo femenino. Desde que nacemos vamos siendo ubicados y tratados en base a una cadena de asociaciones entre nuestro sexo y las versiones de masculinidad o feminidad que nuestras sociedades y culturas han elaborado. Las trayectorias diferenciadas por género se van asentando desde los primeros años de vida (socialización de género).
"Toda sociedad requiere que sus miembros desempeñen roles que aseguren su funcionamiento y existencia. La clasificación más conocida para distinguir los roles es la que observa dos grandes esferas que envuelven trabajo humano y sobre las que precisamente se han asentado los roles de género: la esfera productiva que se expresa en la obtención, transformación e intercambio de bienes, asignada tradicionalmente a los varones, y la esfera reproductiva que se expresa en un conjunto de desempeños orientados a garantizar la continuidad de la vida cotidiana y la reproducción del grupo, asignada tradicionalmente a las mujeres."
Proyecto de Ley de Igualdad de Oportunidades con Equidad de Género del Perú (fragmento)
www.mimdes.gob.pe/ley_igualdad.htm (2009)
Citas - Definición de género
"Género se refiere a la gama de roles, relaciones, características de la personalidad, actitudes, comportamientos, valores, poder relativo e influencia, socialmente construidos, que la sociedad asigna a ambos sexos de manera diferenciada. Mientras el sexo biológico está determinado por características genéticas y anatómicas, el género es una identidad adquirida y aprendida que varía ampliamente intra e interculturalmente. El género es relacional ya que no se refiere exclusivamente a las mujeres o a los hombres, si no a las relaciones entre ambos."
www.ciudadpolitica.com (2009)
Cita como referencia: "Exploring Concepts of Gender and Health. Ottawa: Health Canada, 2003."
www.ciudadpolitica.com (2009)
Cita como referencia: "Exploring Concepts of Gender and Health. Ottawa: Health Canada, 2003."
18 febrero 2009
Violencia de género
La utilización de la expresión "violencia de género" para referirse a la ejercida contra algunas mujeres por parte de algunos hombres, al margen de violentar el idioma (algo al fin y al cabo no tan grave, ya que éste precisamente en parte se va elaborando a fuerza de violentar usos anteriores), tiene el inconveniente añadido de confundir, de no ayudar a facilitar la identificación, de forma inequívoca, del colectivo al que pretende referirse.
Si el concepto de género se pretende asociar con el rol que adopta o se ve obligada a adoptar en una sociedad determinada una persona en función de las expectativas que dicha sociedad tiene acerca del reparto de funciones entre las personas de distinto sexo, es obvio que la designación de "violencia de género" para referirse a la ejercida por un hombre sobre una mujer es un error. Entre otras razones, porque según este cuestionable razonamiento, también se debería utilizar en los casos, minoritarios pero reales, en los que es la mujer quién agrede al hombre. Y no tan minoritarios si en lugar de tener sólo en cuenta las agresiones de carácter físico se tienen también en cuenta aquellas de carácter psicológico, ejecutadas de forma insidiosa, basadas en palabras y actitudes potencialmente devastadoras; un tipo de violencia que, claro esta, no es tampoco en absoluto patrimonio exclusivo de algunas mujeres, algunos hombres la dominan también con gran habilidad.
Pero sobre todo, no es acertado este uso de la expresión (cuando se circunscribe a la violencia de hombres sobre mujeres), porque en definitiva este tipo de violencia no es el resultado de una confrontación entre distintos roles (o géneros), sino lisa y llanamente, de sexos: de algunos hombres que, precisamente porque son hombres, agreden a algunas mujeres, precisamente porque son mujeres. Porque así lo han interiorizado (mediante la educación, los referentes familiares y sociales): el hecho de ser hombres les da el poder de agredir a las mujeres, con independencia del rol que estas ejerzan socialmente.
Además, con la adopción de esta terminología, se hipoteca su aplicación en aquellos casos en los que su uso sería mucho más adecuado. El más obvio, el relacionado con la discriminación y la violencia que sufren las personas incluidas en lo que se suele denominar minorías sexuales: homosexuales (gais y lesbianas), travestis, transexuales y transgéneros. Personas que viven una identidad de género distinta de la mayoritaria, y que en muchos casos, precisamente a causa de esta vivencia (de la determinación de asumirla y negarse a vivir fingiendo), son víctimas del rechazo y la violencia. Para estos colectivos, la expresión "violencia de género" sí que es la mejor forma de definir las complejas situaciones de sus vidas y las agresiones que en ocasiones padecen.
Cuando los defensores o defensoras de la utilización de la expresión "violencia de genero" para referirse a la violencia sufrida por algunas mujeres a manos de algunos hombres argumentan que es una expresión avalada por la utilización de distintos colectivos y presente en numerosos estudios sobre el tema, evitan u olvidan la que debería ser la pregunta clave: ¿es esta la mejor alternativa, o existe alguna preferible? Además, el argumento basado en el grado de utilización de esta denominación es frágil. Cuando un determinado uso presenta algunos inconvenientes, es de introducción reciente, está circunscrito a unos determinados círculos académicos o legislativos y tiene alternativas más sencillas, su presencia puede ser sólo una muestra de algo tan ajeno al caso sobre el que se razona como que una mala idea puede llegar a prosperar a pesar de los distintos inconvenientes que comporta su implementación.
Cuantos más significados se le añaden a una palabra en más vaga e imprecisa se convierte su utilización. En este caso, existen soluciones mucho más adecuadas, más descriptivas, más difundidas entre la sociedad y con una trayectoria histórica más extensa. En español (1), violencia machista o violencia contra las mujeres (2). Y es precisamente la existencia de estas alternativas tan lógicas y claras lo que convierte en desconcertante el empeño por parte de algunas personas de imponer la desafortunada expresión "violencia de género".
--
(1) El problema se ha generado a causa de la desacertada asimilación de la palabra inglesa "gender" con la española "género". La consulta de los respectivos diccionarios deja claro que sus significados son distintos, y por lo tanto también distintos los ámbitos adecuados para su utilización.
(2) La expresiones "violencia doméstica" o "violencia familiar" también son desaconsejables para referirse a la violencia de los hombres sobre las mujeres, ya que su significado es mucho más amplio, en la medida que incluyen los distintos miembros del ámbito doméstico o de la familia que la pueden sufrir: mujeres, menores o personas mayores... y hombres también.
Si el concepto de género se pretende asociar con el rol que adopta o se ve obligada a adoptar en una sociedad determinada una persona en función de las expectativas que dicha sociedad tiene acerca del reparto de funciones entre las personas de distinto sexo, es obvio que la designación de "violencia de género" para referirse a la ejercida por un hombre sobre una mujer es un error. Entre otras razones, porque según este cuestionable razonamiento, también se debería utilizar en los casos, minoritarios pero reales, en los que es la mujer quién agrede al hombre. Y no tan minoritarios si en lugar de tener sólo en cuenta las agresiones de carácter físico se tienen también en cuenta aquellas de carácter psicológico, ejecutadas de forma insidiosa, basadas en palabras y actitudes potencialmente devastadoras; un tipo de violencia que, claro esta, no es tampoco en absoluto patrimonio exclusivo de algunas mujeres, algunos hombres la dominan también con gran habilidad.
Pero sobre todo, no es acertado este uso de la expresión (cuando se circunscribe a la violencia de hombres sobre mujeres), porque en definitiva este tipo de violencia no es el resultado de una confrontación entre distintos roles (o géneros), sino lisa y llanamente, de sexos: de algunos hombres que, precisamente porque son hombres, agreden a algunas mujeres, precisamente porque son mujeres. Porque así lo han interiorizado (mediante la educación, los referentes familiares y sociales): el hecho de ser hombres les da el poder de agredir a las mujeres, con independencia del rol que estas ejerzan socialmente.
Además, con la adopción de esta terminología, se hipoteca su aplicación en aquellos casos en los que su uso sería mucho más adecuado. El más obvio, el relacionado con la discriminación y la violencia que sufren las personas incluidas en lo que se suele denominar minorías sexuales: homosexuales (gais y lesbianas), travestis, transexuales y transgéneros. Personas que viven una identidad de género distinta de la mayoritaria, y que en muchos casos, precisamente a causa de esta vivencia (de la determinación de asumirla y negarse a vivir fingiendo), son víctimas del rechazo y la violencia. Para estos colectivos, la expresión "violencia de género" sí que es la mejor forma de definir las complejas situaciones de sus vidas y las agresiones que en ocasiones padecen.
Cuando los defensores o defensoras de la utilización de la expresión "violencia de genero" para referirse a la violencia sufrida por algunas mujeres a manos de algunos hombres argumentan que es una expresión avalada por la utilización de distintos colectivos y presente en numerosos estudios sobre el tema, evitan u olvidan la que debería ser la pregunta clave: ¿es esta la mejor alternativa, o existe alguna preferible? Además, el argumento basado en el grado de utilización de esta denominación es frágil. Cuando un determinado uso presenta algunos inconvenientes, es de introducción reciente, está circunscrito a unos determinados círculos académicos o legislativos y tiene alternativas más sencillas, su presencia puede ser sólo una muestra de algo tan ajeno al caso sobre el que se razona como que una mala idea puede llegar a prosperar a pesar de los distintos inconvenientes que comporta su implementación.
Cuantos más significados se le añaden a una palabra en más vaga e imprecisa se convierte su utilización. En este caso, existen soluciones mucho más adecuadas, más descriptivas, más difundidas entre la sociedad y con una trayectoria histórica más extensa. En español (1), violencia machista o violencia contra las mujeres (2). Y es precisamente la existencia de estas alternativas tan lógicas y claras lo que convierte en desconcertante el empeño por parte de algunas personas de imponer la desafortunada expresión "violencia de género".
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(1) El problema se ha generado a causa de la desacertada asimilación de la palabra inglesa "gender" con la española "género". La consulta de los respectivos diccionarios deja claro que sus significados son distintos, y por lo tanto también distintos los ámbitos adecuados para su utilización.
(2) La expresiones "violencia doméstica" o "violencia familiar" también son desaconsejables para referirse a la violencia de los hombres sobre las mujeres, ya que su significado es mucho más amplio, en la medida que incluyen los distintos miembros del ámbito doméstico o de la familia que la pueden sufrir: mujeres, menores o personas mayores... y hombres también.
02 febrero 2009
¿Qué es un ser humano?
¿Qué es un ser humano? ¿Qué es aquello que lo define como tal? ¿Es algo tan obvio que es absurdo formular la pregunta?
¿Cómo consideraríamos a los neandertales, si no se hubieran extinguido? En el hipotético caso que un día la ciencia, a través de la ingeniería genética, fuera capaz de devolver a la vida neandertales, ¿los consideraríamos humanos? ¿Compartiríamos con ellos los derechos que nos hemos otorgado?
Con el nuevo marco de referencia que se irá configurando a medida que vaya creciendo la posibilidad de manipular el código genético de las personas, ¿se modificarán también los límites de lo que ahora consideramos humano o ajeno a lo humano? ¿Hasta que tanto por ciento de la manipulación del código genético de una persona consideraremos que esta sigue siendo una persona, un ser humano, o ha dejado de serlo?
¿Puede hacerse el mismo planteamiento con relación a las posibilidades que se plantean de creación de seres en los que se produzca una simbiosis entre el cuerpo humano y la robótica?
Y desde otro punto de vista, no de la composición material, biológica, genética o incluso cibernética, sino desde el punto de vista del ser vivo en acción, ¿nos podemos plantear preguntas similares? Si consideramos el proceso de humanización como aquel a través del cual unos determinados homínidos, a lo largo de sucesivas generaciones, adquieren unas características y habilidades especiales, que a su vez les permiten nuevas formas de relacionarse y comportarse, ¿es coherente entonces que estas características emergentes también sirvan para determinar si un ser vivo es realmente humano?
¿Qué hacemos entonces con los seres humanos que carecen, o aparentan carecer, de estas características, por ejemplo, con relación al comportamiento social, los psicópatas, o con relación a la capacidad de autoconciencia, los deficientes profundos?
¿Qué hacemos también con aquellos seres vivos que sin ser humanos tienen en alguna medida estas habilidades operativas y capacidades sociales, tal como confirman recientes estudios sobre algunos mamíferos, por ejemplo los orangutanes, los chimpancés o los delfines?
¿Qué hacemos con todas estas preguntas? ¿Podemos ignorarlas o es imperioso buscarles respuestas éticas?
¿Cómo consideraríamos a los neandertales, si no se hubieran extinguido? En el hipotético caso que un día la ciencia, a través de la ingeniería genética, fuera capaz de devolver a la vida neandertales, ¿los consideraríamos humanos? ¿Compartiríamos con ellos los derechos que nos hemos otorgado?
Con el nuevo marco de referencia que se irá configurando a medida que vaya creciendo la posibilidad de manipular el código genético de las personas, ¿se modificarán también los límites de lo que ahora consideramos humano o ajeno a lo humano? ¿Hasta que tanto por ciento de la manipulación del código genético de una persona consideraremos que esta sigue siendo una persona, un ser humano, o ha dejado de serlo?
¿Puede hacerse el mismo planteamiento con relación a las posibilidades que se plantean de creación de seres en los que se produzca una simbiosis entre el cuerpo humano y la robótica?
Y desde otro punto de vista, no de la composición material, biológica, genética o incluso cibernética, sino desde el punto de vista del ser vivo en acción, ¿nos podemos plantear preguntas similares? Si consideramos el proceso de humanización como aquel a través del cual unos determinados homínidos, a lo largo de sucesivas generaciones, adquieren unas características y habilidades especiales, que a su vez les permiten nuevas formas de relacionarse y comportarse, ¿es coherente entonces que estas características emergentes también sirvan para determinar si un ser vivo es realmente humano?
¿Qué hacemos entonces con los seres humanos que carecen, o aparentan carecer, de estas características, por ejemplo, con relación al comportamiento social, los psicópatas, o con relación a la capacidad de autoconciencia, los deficientes profundos?
¿Qué hacemos también con aquellos seres vivos que sin ser humanos tienen en alguna medida estas habilidades operativas y capacidades sociales, tal como confirman recientes estudios sobre algunos mamíferos, por ejemplo los orangutanes, los chimpancés o los delfines?
¿Qué hacemos con todas estas preguntas? ¿Podemos ignorarlas o es imperioso buscarles respuestas éticas?
13 enero 2009
Citas - Francisco Mora
"La empatía es la comprensión emocional del otro, ponerse en su lugar, ver el mundo como él lo ve. Y una de sus consecuencias claras es la tolerancia. Ver el mundo como el otro lo ve es entender su mundo y su reacción ante él. Y entender, además, que tiene derecho a que este mundo, como el tuyo propio, exista y sea respetado."
Francisco Mora. El científico curioso. Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 2008
Francisco Mora. El científico curioso. Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 2008
09 enero 2009
Multinacionales y genocidios
¿Cuando se van a procesar en el Tribunal Penal Internacional, por crímenes contra la humanidad, a los responsables de algunas multinacionales que con sus decisiones provocan auténticos genocidios?
08 enero 2009
Difusión de los derechos humanos - 2
La difusión de los sistemas de valores es un asunto complejo, ya que mediante métodos dialogantes y democráticos se pueden promover objetivos totalitarios. Y mediante métodos violentos y autoritarios en teoría se puede pretender conseguir sociedades más democráticas y equitativas.
Ejemplos de la primera opción son la estrategia del Islam integrista, partidario de participar en el juego democrático para, una vez en el poder, limitar o anular libertades que la democracia debería proteger, una estrategia que también utilizó el nacionalsocialismo alemán para llegar al poder y luego promover sus políticas racistas y genocidas.
Ejemplos de la segunda opción lo son la práctica totalidad de los avances en el reconocimiento de derechos y libertades que se han conseguido, alcanzados a través del enfrentamiento de los oprimidos con el poder establecido, que les negaba determinados derechos. Por ejemplo, la Revolución Francesa y la Revolución Bolchevique (las referencias a las dos revoluciones se incluyen sólo como muestra de las distintas sociedades en las que se produjeron y las distintas teorías sociales en las que se sustentaban, no por su evolución o sus resultados).
Gestionar la realidad suele ser complejo. Porque el dilema no se limita a la elección entre una u otra actuación en una determinada circunstancia y momento, existe un dilema previo que ya supone un importante desafío: actuar o inhibirse. La intervención no es siempre la mejor opción. Y la inhibición en ocasiones es de una indignidad vergonzosa.
En demasiadas ocasiones hemos de asumir la incertidumbre y el riesgo propios de situaciones incomodas, en las que los colores no son precisos, en las que quizás, a pesar de toda la mejor buena voluntad e inteligencia que se inviertan, será inevitable que, hagamos lo que hagamos, no salgamos indemnes. Con un balance de luces y sombras, con una inevitable insatisfacción que, si se pudiera evaluar por adelantado, seria deseable que fuera siempre mucho menor que la insatisfacción o la vergüenza que en ocasiones acarrea no intervenir en una determinada situación o conflicto.
Un ejemplo de ámbito internacional de inhibición detestable: la actitud de la comunidad internacional ante el genocidio de Ruanda de 1994. Un ejemplo de acción igualmente detestable: el largo período anterior colonialista en todo el continente africano, guiado por los intereses de las voraces potencias coloniales, ávidas de posiciones estratégicas, recursos naturales y mano de obra barata o esclava.
Ejemplos de la primera opción son la estrategia del Islam integrista, partidario de participar en el juego democrático para, una vez en el poder, limitar o anular libertades que la democracia debería proteger, una estrategia que también utilizó el nacionalsocialismo alemán para llegar al poder y luego promover sus políticas racistas y genocidas.
Ejemplos de la segunda opción lo son la práctica totalidad de los avances en el reconocimiento de derechos y libertades que se han conseguido, alcanzados a través del enfrentamiento de los oprimidos con el poder establecido, que les negaba determinados derechos. Por ejemplo, la Revolución Francesa y la Revolución Bolchevique (las referencias a las dos revoluciones se incluyen sólo como muestra de las distintas sociedades en las que se produjeron y las distintas teorías sociales en las que se sustentaban, no por su evolución o sus resultados).
Gestionar la realidad suele ser complejo. Porque el dilema no se limita a la elección entre una u otra actuación en una determinada circunstancia y momento, existe un dilema previo que ya supone un importante desafío: actuar o inhibirse. La intervención no es siempre la mejor opción. Y la inhibición en ocasiones es de una indignidad vergonzosa.
En demasiadas ocasiones hemos de asumir la incertidumbre y el riesgo propios de situaciones incomodas, en las que los colores no son precisos, en las que quizás, a pesar de toda la mejor buena voluntad e inteligencia que se inviertan, será inevitable que, hagamos lo que hagamos, no salgamos indemnes. Con un balance de luces y sombras, con una inevitable insatisfacción que, si se pudiera evaluar por adelantado, seria deseable que fuera siempre mucho menor que la insatisfacción o la vergüenza que en ocasiones acarrea no intervenir en una determinada situación o conflicto.
Un ejemplo de ámbito internacional de inhibición detestable: la actitud de la comunidad internacional ante el genocidio de Ruanda de 1994. Un ejemplo de acción igualmente detestable: el largo período anterior colonialista en todo el continente africano, guiado por los intereses de las voraces potencias coloniales, ávidas de posiciones estratégicas, recursos naturales y mano de obra barata o esclava.
07 enero 2009
Difusión de los derechos humanos
La difusión de un determinado sistema de valores se puede efectuar de formas distintas. A través de la educación, el diálogo, el poder de seducción, la persuasión, la diplomacia... o intentando imponerlo por la fuerza, mediante alguna de las múltiples formas de violencia que se pueden ejercer, más o menos manifiestas o sutiles.
La historia está llena de situaciones en las que distintos colectivos humanos han intentado imponer sus convicciones sobre otros por la fuerza. De hecho, este comportamiento en general es la norma, al menos en los casos en los que un grupo tiene la capacidad necesaria para imponerse sobre otro.
Este tipo de comportamiento grupal, por otro lado, tiene su lógica: al fin y al cabo, es el reflejo del comportamiento que se da entre los distintos individuos de un mismo colectivo. En general, en nuestras relaciones personales, de forma inconsciente nos solemos tratar de esta manera, más pendientes de imponer nuestros puntos de vista e intereses que de escuchar a nuestro interlocutor y comprender sus inquitudes y necesidades.
Tanto en nuestras relaciones personales como en las relaciones grupales la coacción como herramienta para imponer valores y proteger intereses es habitual. Con independencia del tipo de valores o antivalores que se promuevan, o de la legitimidad o ilegitimidad de los intereses que se defiendan.
De esta dinámica acerca del uso de la fuerza o el diálogo de cara a la obtención de determinados objetivos sociales tampoco se escapa el loable empeño por promover los derechos humanos en la actualidad.
Existe un acuerdo general acerca de que la promoción de los valores característicos de los derechos humanos justifica distintos tipos de intervenciones, no sólo educativas o dialogantes: en casos extremos asumimos que puede implicar el ejercicio de algún tipo de violencia. Excepto en el caso de las personas pacifistas a ultranza, dentro de la comunidad de los defensores de los derechos humanos no se discute que, ante determinados ultrajes y agresiones, el uso de la violencia no sólo puede ser legítimo, sino incluso imprescindible. Otro asunto es que este principio luego se utilice prostituido, cuando para amparar intervenciones interesadas y vergonzosas se usa de escudo una presunta defensa de los derechos humanos. Es un asunto, por otro lado, más complejo de lo que a primera vista podría parecer, ya que en ocasiones la línea fronteriza entre una intervención eventualmente justificada o injustificable es difusa.
El proyecto de difusión de los valores propios de los derechos humanos nos puede llevar a escenarios de todo tipo. Pasar del mundo de las teorías y de las solemnes declaraciones de principios a la realidad de las situaciones concretas, en ocasiones extremadamente complejas y envenenadas, muchas veces no es fácil.
La historia está llena de situaciones en las que distintos colectivos humanos han intentado imponer sus convicciones sobre otros por la fuerza. De hecho, este comportamiento en general es la norma, al menos en los casos en los que un grupo tiene la capacidad necesaria para imponerse sobre otro.
Este tipo de comportamiento grupal, por otro lado, tiene su lógica: al fin y al cabo, es el reflejo del comportamiento que se da entre los distintos individuos de un mismo colectivo. En general, en nuestras relaciones personales, de forma inconsciente nos solemos tratar de esta manera, más pendientes de imponer nuestros puntos de vista e intereses que de escuchar a nuestro interlocutor y comprender sus inquitudes y necesidades.
Tanto en nuestras relaciones personales como en las relaciones grupales la coacción como herramienta para imponer valores y proteger intereses es habitual. Con independencia del tipo de valores o antivalores que se promuevan, o de la legitimidad o ilegitimidad de los intereses que se defiendan.
De esta dinámica acerca del uso de la fuerza o el diálogo de cara a la obtención de determinados objetivos sociales tampoco se escapa el loable empeño por promover los derechos humanos en la actualidad.
Existe un acuerdo general acerca de que la promoción de los valores característicos de los derechos humanos justifica distintos tipos de intervenciones, no sólo educativas o dialogantes: en casos extremos asumimos que puede implicar el ejercicio de algún tipo de violencia. Excepto en el caso de las personas pacifistas a ultranza, dentro de la comunidad de los defensores de los derechos humanos no se discute que, ante determinados ultrajes y agresiones, el uso de la violencia no sólo puede ser legítimo, sino incluso imprescindible. Otro asunto es que este principio luego se utilice prostituido, cuando para amparar intervenciones interesadas y vergonzosas se usa de escudo una presunta defensa de los derechos humanos. Es un asunto, por otro lado, más complejo de lo que a primera vista podría parecer, ya que en ocasiones la línea fronteriza entre una intervención eventualmente justificada o injustificable es difusa.
El proyecto de difusión de los valores propios de los derechos humanos nos puede llevar a escenarios de todo tipo. Pasar del mundo de las teorías y de las solemnes declaraciones de principios a la realidad de las situaciones concretas, en ocasiones extremadamente complejas y envenenadas, muchas veces no es fácil.
05 enero 2009
Citas - Bertrand Russell
"Los judíos fueron los creadores de la idea de que solamente una religión puede ser verdadera, pero no sentían deseos de convertir a todo el mundo, de modo que sólo perseguían a los otros judíos. Los cristianos, conservando la fe judía en una revelación especial, añadieron a ella el deseo romano de dominación universal y el gusto griego por las sutilezas metafísicas. La combinación produjo la religión más fieramente intolerante que el mundo ha conocido hasta la fecha."
Bertrand Russell
Bertrand Russell
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