29 julio 2008

Derechos y globalización

La globalización es un hecho imparable. Lleva implícitos distintos peligros, pero también oportunidades: hoy en día, el dilema no se debe plantear entre el rechazo o la aceptación de la globalización, sino con relación al tipo de globalización que queremos. Por ejemplo, desde el ámbito fundamental de los derechos humanos nos podemos formular la siguiente pregunta: ¿queremos un mundo en el cual el respecto de los derechos humanos se haya globalizado, o uno en el que se haya globalizado la subordinación de estos derechos a determinados intereses?

En el ámbito de las relaciones económicas, directamente relacionado con muchos derechos humanos, nos podemos hacer la misma pregunta: ¿qué tipo de globalización queremos, la que favorece los intereses de las grandes multinacionales? ¿O queremos una globalización que favorezca los intereses de la mayoría de la población mundial, con una atención especial a los sectores más desfavorecidos?

Desde mediados del siglo XX, el poder emergente de las grandes empresas ha hecho que organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional, dedicadas inicialmente a investigar sólo las denuncias de las violaciones de los derechos humanos cometidos por el estados, hayan focalizado también su atención sobre estas grandes empresas.

"Las empresas pueden violar los derechos humanos (...) por la manera como sus procesos de producción repercuten en los trabajadores, las comunidades y el medio ambiente, por la interferencia que pueden producir en el acceso de muchas personas a bienes básicos (...)."
www.es.amnesty.org/temas/empresas

Volvamos al principio. ¿Qué tipo de globalización deseamos? Conocemos la que desean e intentan implantar las grandes empresas: quieren una globalización que permita la expansión, sin obstáculos, de sus actividades económicas. Para ellas, las eventuales consideraciones sociales o medioambientales, en el mejor de los casos, son sólo incorporadas como elementos estratégicos, supeditas al objetivo final, la obtención de los máximos beneficios económicos. Representan sin duda una de las peores facetas del proceso de globalización existente.

Así que, si no nos satisfacen sus intenciones, hay que habilitar los mecanismos sociales necesarios para que la pequeña elite mundial que controla estas grandes empresas se vea obligada a supeditar sus iniciativas al escrupuloso respeto de los derechos humanos de todas las personas que, de distintas maneras, directas o indirectas, se ven afectadas por sus decisiones.