07 noviembre 2008

Derecho a la propiedad - 2

En la Declaración Universal se incluyen derechos que, a pesar de estar redactados de forma muy breve, no dejan lugar a dudas sobre su naturaleza y alcance. Por ejemplo, el derecho a no ser torturado.

Otros derechos, en cambio, de forma especial los de carácter socioeconómico, son más difusos. Como el derecho a la propiedad: "1. Toda persona tiene derecho a la propiedad, individual y colectivamente. 2. Nadie será privado arbitrariamente de su propiedad" (Artículo 17 de la Declaración Universal).

Sobre este derecho, no es ocioso preguntarse cuál es su verdadero alcance, qué es exactamente lo que otorga o lo qué limita. Y la respuesta es que, en realidad, del redactado del artículo no se deduce nada en concreto. El texto es algo así como una frase bonita y bienintencionada, pero nada más. La realidad es que este derecho sólo adquiere consistencia cuando, además de reconocerse retóricamente, se despliega de forma detallada en las constituciones de los distintos países y en las leyes y decretos correspondientes, regulando su aplicación, definiendo su alcance y sus límites.

Del derecho a la propiedad hay que resaltar dos aspectos, el de los mínimos y el de los límites. Sin ellos, sin normas que garanticen por ejemplo el derecho a la más elemental propiedad (empezando por la de uno mismo, para garantizar la imposibilidad de ser esclavizado), así como los límites relativos a la acumulación de bienes por parte de algunas corporaciones o personas (para evitar que su exceso de poder o influencia pongan en peligro la posibilidad de que otras personas puedan obtener los mínimos recursos materiales para garantizarse una vida digna), la proclamación del derecho a la propiedad seria pura retórica. O lo que es todavía peor, una coartada para que los más poderosos y faltos de escrúpulos acumulen impunemente recursos que deberían destinarse a los sectores más necesitados de la sociedad. Algo que desgraciadamente ocurre, y que es una muestra más de la gran distancia que hay entre lo que son voluntariosas declaraciones de intenciones y la realidad en la que vivimos.