19 diciembre 2008

Derechos humanos y credibilidad

Con motivo del 60 aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos se inauguró en Ginebra la nueva cúpula de la Sala de los Derechos Humanos (18-11-2008). Todos los asistentes, empezando por Ban Ki-moon, secretario general de las Naciones Unidas, se deshicieron en elogios sobre la obra inaugurada.

Para llevar a cabo la obra, para crear el conjunto de estalactitas coloreadas que cuelgan del techo, su autor, Manel Barceló, empleó 36.000 kilos de pintura y necesitó la colaboración de veinte ayudantes. Según Javier Garrigues, representante permanente de España ante la sede europea de las Naciones Unidas, el coste de la obra se elevó a unos 20 millones de euros. Parte de este importe, 500.000 euros, procedía de los Fondos de Ayuda al Desarrollo españoles, lo que justificó el señor Garrigues por la contribución de esta presunta obra de arte a "la promoción de los derechos humanos y el multilateralismo".

Además, al parecer asistieron al acto más de 700 invitados, lo que multiplicado por el importe de sus respectivos desplazamientos (aviones y coches oficiales, hoteles, etc.), representa también un coste que no debe ser precisamente calderilla.

Si Amnistía Internacional, o alguna otra organización de derechos humanos, se hubiera gastado 20 millones de euros en decorar su sala de reuniones se habría organizado un escándalo fenomenal. Y probablemente muchos de sus socios, al menos los que tuvieran un mínimo grado de sensatez, se habrían dado de baja de la organización de forma inmediata.

En cambio, los responsables de las Naciones Unidas han promovido este despropósito, y además lo han defendido sin sonrojarse lo más mínimo (al igual que el Gobierno español, uno de los principales implicados en el proyecto). Según ellos, esta inversión en esta Sala de los Derechos Humanos (que al parecer será el lugar habitual de reuniones del Consejo de Derechos Humanos), está plenamente justificada. Como si este tipo de salas, en lugar de espacios de trabajo relacionados con los graves problemas de derechos humanos existentes en el mundo, fueran lugares para solazarse contemplando presuntas creaciones artísticas.

Uno de los asistentes al acto, el señor Juan Carlos de Borbón, de profesión rey de España, justifico la obra con estas palabras: "Nada mejor que el arte como lenguaje universal para expresar los valores, principios y misiones que inspiran a las Naciones Unidas en torno al ser humano y al mundo". Todavía lo explicó con más desparpajo el señor Miguel Ángel Moratinos, ministro de Asuntos Exteriores español: "El arte no tiene precio (...) es de necios confundir valor y precio".

Pero resulta que este tipo de majaderías no pueden ocultar que, al margen del más que discutible interés artístico de la obra, su elevadísimo coste es un insulto a todas las víctimas de violaciones de derechos humanos, muy a menudo desatendidas con el argumento de la falta de recursos.