Hay temas de derechos humanos que, al ser abordados desde distintos sistemas morales, no coincidentes en algunos de sus principios, son inevitablemente conflictivos. Temas sobre los que, por mucho que se sometan a análisis éticos, no es posible llegar a conclusiones consensuadas (principalmente debido a que los analistas que intervienen no pueden sustraerse a sus respectivos convencimientos morales).
El caso del aborto sin duda es el más representativo. Y digno por tanto de ser tratado con la atención y el rigor que se merece. En alguna ocasión lo intentaremos.
Ahora sólo mencionaremos un aspecto marginal de este debate, en la medida que de alguna forma es indicativo del sistema de valores de los representantes de una de las moralidades litigantes.
Nos referimos concretamente a los representantes de la Iglesia Católica. Y es que la postura oficial de la Iglesia sobre el aborto, en principio del todo respetable, se ve enturbiada por su actitud ante los sistemas anticonceptivos: su cerril (incluso criminal) oposición a los sistemas anticonceptivos que ella no considera "naturales", cuestionan su credibilidad cuando pretende formular juicios éticos sobre los embarazos indeseados y el aborto.
De hecho, su oposición a los sistemas anticonceptivos es sólo un aspecto más de su complicada (por no decir turbia o enfermiza) relación con la sexualidad: su exaltación del celibato como condición más elevada del ser humano, su homofobia, condenando toda relación sexual que no coincida con lo que ella misma considera "natural", su condena del onanismo... En el fondo, reflejo todo de su exaltación de la mortificación, en la medida que el modelo a seguir que propone es el de alguien que, al parecer libremente, escogió morir torturado y crucificado. Como si no hubiera maneras más atractivas, puestos a escoger, "de salvar a la humanidad"...