03 julio 2010

Incultura, barbarie y felicidad

La incultura y la barbarie no son un patrimonio exclusivo de los países presuntamente atrasados. Lo de "presuntamente" es obligado incluirlo a la vista de la forma de pensar y el comportamiento de algunas personas de algunos países en teoría avanzados:

"Dos décadas después de que la homosexualidad dejara de considerarse una enfermedad, aún hay clínicas en España que ofrecen 'curas' a esta orientación sexual. Diez Padres Nuestros y diez Aves Marías. 75 miligramos de Ludiomil diarios y otros 20 de Dogmatil. Àngel Llorent se sometió durante 10 años a este tratamiento para dejar de ser gay. (...) La denuncia de que la Policlínica Tibidabo en Barcelona ofrece pastillas y tratamientos a sus pacientes para dejar de ser gays ha reabierto la polémica sobre una opción descartada en 1973, cuando los científicos rechazaron esta inclinación como trastorno psicológico. (...) Marc Orozko es un caso de terapia sin religión. Un tratamiento similar al del perro de Pavlov, que trata de asociar estímulos positivos a lo heterosexual y negativos a lo gay. Durante un año se trató en la clínica Dexeus, en Barcelona. (...) La psicóloga Patricia M. Peroni, que no accedió a una entrevista, y Jokin De Irala, de la Universidad de Navarra, han escrito libros y ofrecen conferencias en las que afirman que la homosexualidad puede revertirse."
Alejandra S. Inzunza. Oraciones para dejar de ser gay. El País, 20-6-2010

A la vista de la opinión de las lumbreras citadas de la Universidad de Navarra, es oportuno apuntar, y defender si hace falta con tesón, que lo único que hay que "revertir", si se tercia y es posible, es la eventual dificultad o incapacidad de una persona para ser feliz. En el caso de una persona homosexual, de entrada la forma más sencilla de facilitarle (de no dificultarle) la posibilidad de ser feliz es aceptando su condición y reconociéndole su derecho a ser como es, homosexual. Sin intentar convencerla "de que debe ser de otra manera distinta a la que la naturaleza le ha adjudicado", ya que está sobradamente comprobado que en estos casos este intento es la mejor receta para fomentar la infelicidad.

Montesquieu decía que "la virtud del conocimiento consiste en permitir ensanchar las dudas". Hay quién prefiere no dudar, quién parapetado tras los prejuicios de sus principios morales se empecina en consolidar su sinrazón. En ocasiones, este empecinamiento lo despliega desde la plataforma de sus títulos universitarios y sus responsabilidades profesionales, dando por supuesta la existencia de una relación directa entre estos avales y la voluntad y la capacidad de conocimiento. Sin duda quienes actúan así se convencen a si mismos, y también a quienes ya están convencidos o quieren convencerse al margen del discurso de la razón.

Cada cual es libre de inventarse la moral que quiera. Incluso de flagelarse con ella. Pero lo que no es de recibo es que encima pretenda flagelar a los demás. Ni que pretenda establecer una relación, una interdependencia, entre sus prejuicios y sus invenciones por un lado y el mundo de la razón por otro.