Hartos, saciados, habiendo olvidado lo maravilloso que es poder comer cada día, aburridos de bienestar, insatisfechos y ansiosos, inventamos deseos sibaritas (nos creamos necesidades cada vez más sofisticadas y anhelamos colmarlas), con la vana esperanza que su satisfacción nos llene nuestro vacío interior y nos apacigüe nuestra ansiedad, llena de mezquinos apetitos egoístas.
"Todos los seres humanos tienen derecho a la alimentación" (artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos).
¿Es suficiente tener derechos, o sólo adquieren algún sentido cuando, además de tenerlos, se pueden satisfacer realmente?
1. Una parte de la población mundial, a causa de la su disponibilidad de recursos económicos, no tiene problemas para satisfacer su derecho a la alimentación. Esta satisfacción, a causa de su situación privilegiada, en ocasiones se acompaña de lo que se podría denominar "lujo alimentario", el consumo de exquisiteces de precios exorbitantes. A su vez, este lujo alimentario va asociado con el hecho de que los cubos de basura rebosan comida: los vertederos de estas poblaciones en ocasiones contienen tantos alimentos, o incluso más, que los que realmente han consumido.
2. Otra parte de la población, a causa de la falta de recursos económicos, no puede satisfacer sus más elementales necesidades alimentarias. Padecen hambrunas, enfermedades y muertes prematuras a causa de la precariedad alimentaria que sufren. En ocasiones contemplando como surcan el cielo aviones (o como pasan barcos por delante de sus costas) que transportan, desde lejanos países y hacia otros lejanos países, alimentos para sociedades que se pueden permitir costear estos transportes, en muchas ocasiones de alimentos que no son básicos en absoluto para sus destinatarios.
3. Los recursos globales disponibles son limitados. Por lo tanto, lo que unos acumulan suele ser lo que a otros les falta. Con un agravante: la acumulación de los primeros se suele traducir en un exceso de consumo, con el correspondiente deterioro de su salud: enferman a causa de consumir aquello que los hambrientos no pueden consumir (y que al no poderlo consumir, también enferman). Todos enferman, unos por exceso y los otros por defecto.
4. Conclusión: una vez satisfecho el propio derecho a la alimentación, todos los recursos que se invierten de más (capricho, lujo...), o que se derrochan inútilmente (cuando en lugar de ser consumidos acaban en los cubos de basura), constituyen una violación del derecho a la alimentación de las personas que, a pesar de tener reconocido dicho derecho, no lo puede satisfacer.
5. Es tanto una cuestión de derechos humanos como de sentido común. Incluso de egoísmo: al margen de las cuestiones éticas, nuestro consumo excesivo no sólo perjudica nuestra salud, sino también nuestro medio ambiente, a causa del aumento de basura que generamos.