Los seres humanos, en tanto que inventores de los derechos, hemos decidido que a todos nosotros, sin distinciones de raza, origen sexo, edad, etc., nos corresponde el mismo catálogo de derechos. El límite para ser incluido como beneficiario de derechos lo hemos establecido en "la pertenencia al género humano".
Si el debate sobre los sujetos de derechos se hubiera producido hace 30.000 años, entonces quizás alguien se habría planteado el dilema de si los neandertales debían considerarse también sujetos de derechos.
Hoy nos podemos plantear otro dilema más cercano: si consideramos que el remoto origen de los derechos está en la emergencia de la empatía y de la compasión durante el proceso de hominización progresiva, ¿es que los animales no humanos no son capaces de generar en nosotros sentimientos de empatía y compasión? ¿Somos insensibles a su dolor? ¿A su cosificación y explotación?
¿No sería deseable una nueva rehumanización, que nos permitiera ampliar de nuevo nuestro actual sistema de derechos, de forma que los otros seres sensibles con los que compartimos la existencia no fueran sólo contemplados como meros instrumentos al servicio de nuestras necesidades o caprichos?